18 de febrero de 2007

Mi ángel


El calor es espeso, licuante. El aire transporta una suerte de angustia inaplazable y por más que camine de una forma cansina y automática no puedo evitar que el sudor campe por sus respetos. Recobro algo de vida al ver el río tras este recodo del camino. En un día como el de hoy no hay que temer en absoluto a esa desagradable sensación con que el agua te recibe cuando la temperatura no alcanza estos insoportables 40 grados.

Una vez he llegado, me desprendo del liviano pantalón, arrojo la toalla de cualquier manera en cualquier sitio y me zambullo. Tan delicioso como volver a la vida. El frio elemento acaricia cada rincón, cada poro, cada cabello. Lo dejo penetrar en la boca y experimento ese claro "deje" arcilloso y vegetal. Luego lo expulso con energía y me sumerjo proyectando los brazos hacia el abismo verde que nunca revela sus límites. Me muevo con la lentitud de un amante dejando que el agua circule por la piel, que la abrace. Antes de volver al exterior, libero unas burbujas y contemplo como se escapan dejando un rastro mágico que busca la superficie.

Asciendo y expulso el aire con fuerza despreciando las minúsculas corrientes que caen por el rostro para tomar aliento otra vez, lentamente, disfrutando de un tiempo aletargado. Y vuelvo al abismo verde que me espera con los brazos abiertos. Reposo en la frescura de ese espacio infinito donde las únicas referencias son mis manos, que avanzan por delante de mi, hasta que decido volver arriba. Me gusta sumergirme completamente. Cada regreso al aire es como traspasar el límite que separa estos dos mundos inconexos.

La respiración produce una especie de estado especial, no sé si por la frecuencia o por lo repetitivo de los gestos. Como esas músicas primitivas que terminan hallando lo secreto en la simplicidad del ritmo. Los movimientos se repiten una y otra vez, siempre como una copia del movimiento anterior. El más mínimo cambio provocaría un desorden innecesario arruinando una delicia tan simple como gratificante.

Navego por un espacio limitado que me obliga a cambiar de dirección cada cierto número de brazadas. Simplemente vuelvo el torso hacia el azul del cielo y tenso las músculos del abdomen mientras la inercia obliga a mis piernas a continuar en la antigua dirección. Ahora avanzo en sentido contrario. El sol de poniente baña entonces el rostro castigándolo implacablemente durante los instantes en que permanece fuera del agua. Adoro a ese astro. Casi le tengo devoción. Se me antoja paradójico que jamás podamos mirarlo directamente. Parece una maldición.

Y continúo de nuevo con este ritual profano y sensual ... avanzar hasta las entrañas del mundo verde y fresco ... y salir al aire exterior para recuperar el aliento... una y otra vez, y otra vez ... A medida que van pasando los minutos se apodera de mi una sensación de comunión que sólo se consigue algunas raras veces con la música. Como cambiar de estado. Ser de auga. Vivir del movimiento, de la inercia y el frio, de la amistad del agua y del pulso del aire. Vagar por un abismo amigo y renacer al sol en apenas instantes.

El tiempo ha dejado de tener sentido y sólo un leve entumecimiento de los músculos me invita a detenerme. Me aproximo a la orilla boca arriba y dejo que el cuerpo encalle al azar entre las piedras frias del fondo. Sobre los montes crecen gigantes de algodón. Miro hacia un punto sobre mi cabeza. Arriba hay un mar de color gris con matices cambiantes. Habrá tormenta. El sol camina hacia su descanso diario filtrando sus rayos bajo el manto de nubes amenazantes.

Apenas salgo del agua empiezan a caer gruesos goterones. Las piedras reciben esas manchas efímeras estoicamente mientras el leve rumor de la lluvia se extiende alrededor. Me acomodo sobre un tronco víctima de la última riada. Cientos de burbujas adornan la lenta corriente componiento un cuadro sutil y refrescante. Me cubro con la toalla absurdamente, quizás porque el instinto de resguardarse es más fuerte que el calor reinante.

Al otro lado del rio hay un mundo de arbustos y pizarras antiguas que cobijan mármoles lechosos que aquí llamamos "xeixos", atravesados por vetas oscuras de oscuros minerales. Unos cien metros tras de mi hay un pequeño bosque de chopos que comienzan a ocultar la luz del sol produciendo un baile de espectros sobre el mármol. Un ser de sombras cruza el fondo blanco.

En la cabecera del remanso, al pie del rápido, hay un pescador que luce una camisa de colores vivos y botas de caucho verdes. No me explico como las soporta. Observo el baile continuo de burbujas que produce la lluvia ante mi, en el lecho del rio, atento a los primeros truenos en la lejanía. El sol filtra su luz entre las ramas oscilantes de los chopos produciendo una atmósfera irreal que se proyecta en la pared de enfrente. El ser de sombras cruza otra vez sobre el fondo de mármol.

Reparo en el ruido monótono y continuo del rápido. Siempre está ahí. Es tan absolutamente persistente que uno termina por pensar que no está. Pero está. Siempre. El pescador cruza por detrás de mi sin que haya sido capaz de oir sus pasos sobre este oceáno de cantos rodados y restos de pizarra. Correspondo mecánicamente a su saludo con un "hasta luego", o algo así. Y luego me doy cuenta de que he hecho algo mal. El aire caliente parece haber viciado de algún modo mi entendimiento. No es un saludo lo que he oido.

" !! Vete ¡¡ ". Eso es exactamente lo que ha dicho, con una voz de gas, honda y lejana. La atmósfera empieza a cobrar un aire fantasmal. La pared que se eleva frente a mi, al otro lado de la corriente, reproduce el teatral movimiento de los árboles. Miro hacia atrás con cierto reparo buscando el rastro del pescador, pero el sol me da en los ojos directamente y no acierto a ver más que tinieblas.

El astro sigue cayendo en su viaje de vuelta pariendo una luz de tonos rojos y violetas que inunda el espacio bajo el manto negro de las nubes. La superficie blanca del otro lado revela ahora claramente el contorno de la sombra. Se ha parado. Las piernas componen un ángulo algo exagerado mientras los brazos permanecen pegados al cuerpo. Parece un guerrero dispuesto a la batalla. El mármol muere justo donde debiera verse su cabeza. Le observo, hipnotizado, esperando que ocurra algo que delate un efecto visual. Pero no ocurre nada. Sigue ahí, impertérrito. Detenido y decapitado.

Un resplandor blanco inunda todo dando paso a un trueno repetido por los montes una y otra vez. Cierro los ojos esperando que el fragor haya despedido a la sombra. No es así. Un segundo después, se me hiela la sangre. Su brazo izquierdo se despega del cuerpo marcando el movimiento con una lentitud que produce escalofríos. Parece querer asegurarse de que lo veo. Al llegar a la altura del hombro se detiene y los dedos de la mano se recogen dejando el índice extendido, marcando claramente una dirección.

¿Señala al sol? No le veo sentido, aunque el terror que comienza a invadirme no ayuda nada. Entonces recuerdo al pescador ... " !! Vete ¡¡ " ... No sé si será ahora mi pánico el que me hace ver visiones, pero el contorno oscuro comienza a cobrar tamaño ... o es que quizás ... !! viene hacia mi ¡¡

Ha sido suficiente. Recojo el pantalón en una centésima de segundo y corro como poseído por el diablo. Al primer tropezón modero la carrera. Estas piedras no facilitan la tarea. No miro atrás. Me acuerdo de aquel Lot del que hablaba el cura en las últimas clases. Al llegar a los chopos un estampido violentísimo zarandea el aire mientras todo se llena de una luz iracunda, sacrílega.

Ya estoy en el camino. Ahora sí puedo correr como quiero. Nada podría detenerme. En cuanto llego a la altura de un grupo de vecinos, detengo la carrera. No quiero que nadie se ria de mi, pero lo cierto es que no veo caras de risa. La gente mira al cielo sin hablar y algunas mujeres se han llevado las manos a la cara, amedrentadas, sin acordarse después de devolverlas a su lugar original.

Miro hacia atrás, lejos ya del rincón donde el agua es mi amiga. Como buscando alguna presencia extraña. No veo nada. La lluvia cae ahora mansa y refrescante. Me refugio en el bar de mi amigo. Los escasos clientes hablan moderando la voz bajo la marquesina. Para cuando se me ha pasado el susto es casi hora de cenar. Me demoro cinco minutos porque oigo hablar a Jaime con esa voz profunda de labriego de monte, vigorosa y cachazuda.

Las tormentas invitan a contar historias, como la nieve o la lluvia. Jaime recuerda a un tal Miro, muy querido por todos y desaparecido en la flor de la vida en 1965. Tres años antes de que mi familia llegara a este barrio.

- .... Un rayo, si. Estaba pescando, el pobre, con aquella camisa tan llamativa y las botas nuevas. Una pena ...

Al día siguiente me levanto temprano y miro por la ventana. Apenas he podido conciliar el sueño. Nubes bajas caminan por entre los pinos, en las laderas de los montes tan próximos. Salgo de casa silenciosamente para no tener que dar explicaciones a los viejos y me dirijo al rio impulsado por algo que no sé identificar. El frescor matutino acaricia la piel por primera vez en muchos días.

Hago el camino despacio y taciturno, acortando mis pasos a medida que me acerco a mi rio. Doblo el recodo de siempre en el solitario sendero y ahí está. Siempre el mismo y siempre distinto. Con ese rumor pacífico e incansable, como un viajero eterno, paciente y sabio. Qué podría sorprender a un rio ...

Ya sobre el extenso pedregal intuyo más que veo algunos cambios. Hojas esparcidas por aquí y por allá. Me acerco un poco más y me detengo. El tronco sobre el que ayer descansaba está abierto de arriba a abajo, reventado, de par en par. Hay un rastro negruzco y amarillo sobre las vetas blancas de la madera. No me atrevo a acercarme. Lo observo con temor, desde la distancia. Miro al mundo mineral del otro lado del rio. Al pie del "xeixo" ha brotado una rosa blanca, inexplicablemente.

No todo tiene explicación.

La verdad es que había pensado no contárselo a nadie ...

14 de febrero de 2007

Las fotos son ...


... mentira !!

Pero la verdad ...


... no suele dar consuelo.

1 de febrero de 2007

Sobre la belleza



Quizás echéis de menos el óvalo perfecto
la perfección del rostro, la mirada hechicera

O el pecho femenino mostrado abiertamente
redondo y desafiante, sublime de imperfecto

O la puesta de sol en mi amada Fisterra
parejas que se abrazan por la espalda hasta el pecho

O amanecer violáceo de púrpuras sangrantes
en gélidas regiones de azules asesinos

O el ábano de plumas de un verde milagroso
del pájaro milagro en una jungla verde

Cuatro tablas cautivas, casi crucificadas
expuestas al dolor de la lluvia y el trueno
y el liquen confortante, mimoso y detenido
y detrás, hojas muertas, desmayadas .... y bellas
.