26 de mayo de 2007

Memoria infantil



Recuerdo avanzar a lomos de un animal enorme de pelo cobrizo, mirando hacia los lados. Ante mi la espalda gigantesca de un hombre al que mi frágil memoria recordará pasados muchos años. Mi corta edad y mi carácter exageradamente tranquilo convierten esta pequeña aventura en algo que escapa en buena medida a mi comprensión. Todo me asombra, y este hombre, más aún. Huele a sudor de macho acostumbrado al trabajo. No habla mucho. De vez en cuando me hace una broma en un gallego familiar y reposado, sin esperar respuesta. El animal inicia un trote corto y enseguida noto la protección de una mano que podría abarcar a otros dos como yo. "!! Cóllete ben !!" Me agarro a su cinturón como puedo y dejo que las cosas sigan su curso.

El animal deja el camino y se interna en la viña por un estrecho sendero. Oigo risas. Hombres y mujeres van y vienen con cestos de uvas y navajas en las manos. Las hembras más maduras llevan la voz cantante. Siempre tienen una frase punzante en los labios contra padres, hijos y maridos, propios o ajenos. Una vez sale al aire, el coro femenino celebra la chanza con entusiasmo. Entonces, algún hombre responde cachazudo con la intención afilada y los demás hacen causa común. Es gente que ha aprendido a llevar las penas dentro y aprovecha la más mínima excusa para alegrarse la existencia. Incluso en medio de la faena, entre estas cepas que surgen como por milagro de la tierra seca y arcillosa.

La cosa acaba en la bodega. El sol en lo más alto. Todos hombres. El vino contagia el buen humor y siempre hay algo con que engañar al estómago. No sé como se ha enterado, pero resulta que este hombre gigantesco sabe de mis debilidades. Ha aparecido en mis manos una lata de mejillones. Debo haber puesto unos ojos como platos, porque se rie de muy buena gana. Luego echa mano de un enorme cepillo con el que debe limpiar el piso de cuando en vez y arranca una de las largas púas. Saca la navaja con parsimonia, le da un par de rápidos cortes y me entrega el improvisado estilete afilado y limpio al mismo tiempo. Mi papá me alecciona.

- ¿Cómo se dí, fillo?
- Gracias, Tito.

Responde con una risa grave y relajada, me revuelve el cabello con la mano y se incorpora al círculo de hombres.

Murió no mucho después a una edad relativamente temprana. Sólo entonces supe que había contraído una fea enfermedad en la cárcel. Y que se había atrevido a alzar la voz en un tiempo en el que hablar podía ser delito. Cosas que pasan.