26 de abril de 2010
Un "éxito".
20 de abril de 2010
El síndrome de MIUPM
13 de abril de 2010
Un tupido velo
Sabido es que la costumbre genera un manto de "normalidad" que puede ser francamente enfermizo y que el abuso ocasiona en sus víctimas un sentimiento de culpa difícil de entender si uno no está en la piel de quien lo sufre. La ocultación también disfraza de verdad indiscutible algunas cosas que, a fuerza de ser negadas día tras día, pasan por ser verdades cuando en realidad son mentiras y aún burdas.
Se ha puesto de moda el perdón en estos últimos días o meses. El perdón vende bien, es parte inseparable de la doctrina católica practicada aún por un estado que presume de laico, y parece rodear de un aura ciertamente piadosa a quien lo solicita. Suena bien eso de "pido perdón". Parece situar a las personas en el nivel de humildad que les debería ser propio cada día. Pero no conozco a ningún reo que haya burlado a la justicia sólo por demandar clemencia.
Uno se imagina al solicitante ante su víctima diciendo algo así como "Tienes que perdonarme, Toñito, porque tuve un mal momento". Y no estoy muy seguro de que Toñito se atreva siquiera a levantar la vista del suelo ante quien era a la vez autoridad y violador, porque ese es el término exacto. Seguramente Toñito reparará en el hecho de que aquellos malos momentos se repetían en el tiempo con dolorosa asiduidad, al amparo de las cuatro paredes eclesiásticas y ante la autoridad inigualable de la sotana. Toda la familia le repetiría aquello de respetar a aquel representante de Cristo y hasta se dirá que no había razón para pensar que un representante de la divinidad tuviera la ocurrencia de meterle la mano en los pantalones.
No se cuenta mucho de qué pasaba exactamente, porque quizás explicitar las verdades ocurridas entre las eclesiásticas paredes suena a sacrilegio (he ahí el real alcance del poder de la iglesia) y sólo el auto del juez, llegado el caso de que la autoridad terrenal cumpla su cometido, pone los puntos sobre las íes, porque a los periódicos les entra después una llamativa desgana a la hora de divulgar los escabrosos detalles. La causa de esta falta de diligencia son las consabidas presiones, que, de tanto como se han practicado, casi parecen ya tan normales como el cielo azul en los días de verano.
A la hora de defenderse dicen ser perseguidos como los judíos, argumentan una autoproclamada infalibilidad y en última instancia se erigen en intocables ante la justicia terrenal, porque ya se sabe que, como el monarca, tienen trato directo con Dios. Y uno se pregunta qué pensará Dios de esa mano tendida hacia el dinero o la carne adolescente de quien no ha podido defenderse del abuso. Porque el hecho es que han abusado de quienes más indefensos están ante su supuesta autoridad moral. Y lo han hecho amparándose en su condición de religiosos.
Pues bien: ya que consiguen que todo quede oculto entre piadosos ropajes, (apenas ayer se presentó en este país la primera denuncia) concedámonos al menos el llamarles por su nombre. Violadores. Así se dice. Y en calidad de tales deberían ser tratados. No sé con qué ánimo podrán llevar esto los que dicen administrar la justicia, pero a cualquier mortal se le caería la cara de vergüenza. Precisamente.