28 de octubre de 2010

El corcho



Van de un sitio a otro, confiados, con la copa en la mano, la mayoría rodeando el cáliz con dedos delicados, despreocupadamente. Ella, sin embargo, empuña el cuello transparente del cristal con firmeza, rodeándolo con el pulgar y el índice mientras los tres dedos restantes bajan por la copa como un coro de acompañantes hasta llegar a a la base, relajados. Su sonrisa ilumina los rostros de aquellos a quienes saluda con un simple gesto. Sólo se detiene un instante, cuando una amiga acaricia delicadamente su larga cabellera azabache, exhibiendo la envidia en la mirada.

La atmósfera está llena con la voz contenida y acaso ensimismada de Chet Baker, un tipo que fue vapuleado una y mil veces por la crítica de la época. Simplemente se atrevió a cantar y eso desató una tempestad. Probablemente es adecuada para que estas bocas se muevan unas frente a otras, mientras los ojos viajan buscando siempre a alguien, con discreción, y luego vuelven hasta el contertulio, que inspecciona el lugar de donde vienen para corresponder luego amablemente a la sonrisa que reclama de nuevo atención. A esto lo llaman una fiesta.

Hay un tipo sentado desmañadamente en una butaca de un color chillón y mate, opaco, un color denso, casi pesado, agobiante. Lleva una camiseta de listas blancas y verdes que desentona de una manera brutal con los vestidos oscuros y vaporosas de ellas, con los trajes de verano de ellos, con el suave perfume de la sala y las notas aisladas del equipo de música. Dos mujeres le escuchan sentadas en los brazos de la butaca, con expresión maternal y cierto aire protector. Él recita versos de un libro amarillento y sorbe muy a poquito el líquido dorado de la copa estrecha.

Sale el camarero y de la bandeja cae el corcho sin que nadie repare en el. Llega más gente a la sala haciendo subir la temperatura. Alguien abre la puerta del balcón para que corra el aire. La cortina se abate sobre la concurrencia hasta que alguien la hace prisionera. Chet insiste en su mensaje, "the thrill is gone..." sin conseguir que nadie preste atención a su voz de penumbras, a sus tonos de amante entristecido, derrotado.

Un hombretón pisa el corcho que ha caído de la bandeja y lo proyecta contra las piernas de una morena pálida con acento nórdico y cuerpo ligero. Dos pasos más allá una rubia mucho menos grácil da un paso hacia atrás, riendo la gracia de su acompañante. Su pie se desliza involuntariamente sobre el corcho y en una décima de segundo su compostura se transforma en un conjunto de ángulos descompuestos que vacila en el aire y termina aterrizando sobre una mesita auxiliar donde reposan botellas de licor, un recipiente con cubitos de hielo y un plato de cristal de bohemia en el que agonizan media docena de rodajas de limón.

El hombretón acude raudo al lugar de la catástrofe, interesándose por la mujer con expresión de preocupación. "No es nada, cariño". El afectuoso vocativo estalla en la sala como una granada de infantería. Ella exhibe por un instante una mirada confusa y después se sacude las ropas mientras él examina el suelo recién abrillantado, con un gesto de ira contenida. -Ricardo, siempre tan amable, ya veis-... Hay sonrisas maliciosas en los ojos de la concurrencia y un silencio que la dama intenta llenar con una incesante verborrea. -¿Va todo bien...c a r i ñ o?- Esta vez el vocativo se ha demorado eternamente hasta que al final ha salido de la boca de la morena con la lentitud quien atraviesa un campo de minas. Ni las moscas se atreven a poner fin al espeso silencio mientras ella atraviesa la sala haciendo girar la copa entre el índice y el pulgar. Al llegar frente al balcón, tira del lazo que sujeta la tenue cortina, y ésta vuela hasta encontrar el cuerpo del hombrón absorto, petrificado, y envolverlo como un sudario. Pero sólo los más alejados se atreven a celebrar lo cómico de la escena.

- Mi marido siempre ha sabido cuidar a las mujeres -. Las palabras se persiguen casi voluptuosamente, hasta que la frase llena el espacio entre las las paredes altas e inmaculadas. Ella lo mira, absurdamente inmóvil tras  el tul blanco, compone una mueca compasiva y finalmente se aleja dando la espalda con un movimiento de bailarina. Chet interpreta la escena desde una cabina de grabación de los años cincuenta, "this is the end, so why pretend...". Alguien entrega una servilleta para reparar los daños del cava en los brazos bronceados de la rubia, las damas examinan su cuerpo como buscando partes extraviadas y los hombres encuentran el momento adecuado para admirar los cuadros de las paredes, las exuberantes lámparas del  techo, los botones de sus chaquetas de lino, la boquilla humedecida de los cigarrillos, los flecos de las alfombras...

El hombretón aparta la cortina con un gesto de condescendencia, se excusa amablemente sin obtener respuestas, atraviesa la sala con paso vivo y da un manotazo a la puerta del interminable corredor. Al llegar al cuarto de baño arroja la copa contra uno de los espejos manchando la chaqueta con el flujo de cava que brota sin control del recipiente. Después, se va.

El incidente dio lugar a lo que más tarde sería conocido como "la guerra del corcho", una batalla comercial que costó incluso vidas humanas. El biógrafo del hombretón, aseguró que éste le confió poco antes de morir, que nunca había perdido el control de las cosas importantes de su vida. Con la excepción del corcho de aquella maldita fiesta. El camarero desapareció y no se supo más de él hasta pasados meses. La policía lo contabilizó entre las víctimas de la guerrilla. Nadie hizo preguntas.


(Imagen de Mundofotos.net)

17 de octubre de 2010

Flor





Te regalo una flor diminuta, del color de la paja y del sol, perdida entre otras muchas como ella, y sin embargo luminosa, diáfana, irrepetible.
Te la regalo porque es hermosa en su insignificancia, tan poca cosa que no hay con qué pagarla. 
Te la doy para que recuerdes que siempre hay muchas a tu alrededor, y poco importa si nos fijamos o no en su humilde apariencia de cosa-que-no-sirve.
Te prometo que vale tanto como el complejo mundo que un día levantamos y ahora se nos escapa  entre los sueños y la hojarasca de los días.
Te aseguro que esa pequeña flor es todo lo que en realidad tenemos.
Y es mejor que me creas.