6 de abril de 2011

Es un sueño (Conjuro)

En los círculos científicos más especializados fue algo inesperado a lo que se buscaba explicación una y otra vez, no tanto con la esperanza de explicarse el fenómeno, sino más bien por llegar por fin a la conclusión de que aquello no iba a ocurrir. Habían pasado meses desde la aparición en un diario italiano de una escueta noticia, apartada en las páginas centrales, al lado de un anuncio de una gran superficie en el que sonreía  una familia convincentemente feliz.

Con el paso de las semanas, y allí donde el buen tiempo lo permitía, fue llegando poco a poco la conciencia de aquel espectáculo inesperado que encendía el romanticismo de mucha gente y la extrañeza de unos pocos entendidos. Los medios empezaron a hablar de aquel desacostumbrado perigeo, y la gente de la calle aprendió una palabra largamente ocultada pero presente ahora en todas partes.

Hasta que llegó un día en que, en un plató de París, un científico sin afeitar pronunció por primera vez aquella palabra y la sala se llenó de un silencio sepulcral. Una tacita de café se estrelló en el suelo haciendo volver las cabezas hasta aquel punto y después, la presentadora hizo una pregunta con una sola palabra. "¿Mucho?", dijo. Y el científico desaseado respondió con tres. "Sí. Muy preocupante."  Entonces, los contertulios comenzaron a pisarse la palabra unos a otros hasta que aquel hombre de pelo cano y mirada cansada abrió la boca de nuevo y todos callaron como si de aquella boca fuera a surgir el oráculo en el que todo el mundo había dejado de creer. Y lo que dijo fue como el veredicto de un alto tribunal, lacónico e inapelable. Alguna de aquellas personas se levantó de la silla, alterando los planes del realizador, mientras la presentadora ignoraba la cámara que buscaba su mirada. Unos segundos después, el mensaje de aquella cadena generalista se reducía a la pura publicidad.

Algunos diarios comenzaron a hablar de la extraña proximidad del astro, pero siempre en las páginas interiores y dándole a la noticia un tono tipicamente frívolo, y pasados unos días ningún medio se atrevió a hablar del fenómeno. Los informativos comenzaron a emitirse en horas inesperadas y la televisión de llenó de programas de dibujos animados. Las instituciones gubernamentales se convirtieron en un sin fin de reuniones donde alguien terminaba siempre levantando la voz, acusando a cierto departamento, y quienes presidían aquellos cónclaves se mesaban los cabellos como patriarcas bíblicos, y después se retiraban las gafas y frotaban los ojos insistentemente, como queriendo despertar de un mal sueño.

Enormes mareas arrasaron los archipiélagos de Indonesia mientras el mundo occidental discutía la conveniencia de informar abiertamente de lo que ocurría. En una calle de cualquier gran ciudad, una pareja de ancianos alzó la vista entre los altos edificios para contemplar, paralizada, la silueta rojiza de aquel invitado inesperado, gigantesco y amenazador. En el mar se incubaban enormes tempestades que arrasaban vastos territorios para dar paso a una calma tensa en la que se percibía algo muy parecido a la presencia de un animal sanguinario que  recobraba fuerzas antes de volver a atacar.





La humanidad se dividió en los clases de personas. Los que se encerraban en diferentes tipos de guaridas y los que querían ver el final a pesar de todo. En medio quedaban enormes multitudes víctimas de los embotellamientos de tráfico, los cataclismos provocados por las mareas y el desorden más absoluto. Sólo la inmediatez del desenlace impedía consecuencias aún peores. Cuando la pesada inercia de los medios de comunicación se detuvo por fin, un solitario diario fijó una fecha y una hora. Nadie lo leyó, con la excepción del equipo que se encargó de publicar la noticia en un último y emotivo gesto de profesionalidad.

Los montes se cubrieron de multitudes llorosas y desesperadas que transportaban a sus criaturas exhaustas y les prometían que no iba a pasar nada. Los enamorados se miraban a los ojos y repetían tres palabras que terminaron por ser el último signo de comunicación humana, transformado en conjuro y repetido como una letanía mientras las miradas se levantaban hacia el monstruo sideral, hermoso e inconmovible. Es un sueño, es un sueño, es un sueño... 

Finalmente, todos quienes habían decidido permanecer con los ojos abiertos, resignados y conscientes de la que iba a ser la última hora, compartieron una única y contradictoria sensación. Una manifestación de pánico y fascinación que se propagaba desde millones de miradas conscientes por fin de su insignificancia dentro del universo infinito e incomprensible. En cada corazón, la inevitable pregunta de por qué el final se presentaba bajo una apariencia tan asombrosamente hermosa.





Y los montes y los valles repitieron el eco de aquellas tres palabras hasta que la galaxia asistió a un súbito resplandor sin preguntarse siquiera cuál sería su significado.


Imágenes de Alicantevivo.org y Dibujando.net