23 de septiembre de 2012

Intrascendente


Prefería llevarse el café a la mesa. Dejar claro con ese simple gesto, que un camarero no es un tipo que nació para servirte, sino que le tocó esa labor y punto. Alguien le tocó el hombro con una mano grande y compañera y él sólo sonrió. Dejó pasar a un par de señoras con pintas de turista y se instaló en la mesita redonda, blanca, diminuta, que siempre había estado afuera, junto a la entrada, con el café en la mano y la mirada llena del mundo insignificante y ruidoso del tráfico.

Cruzó las piernas y observó. Una mujer sacudía la alfombra contra la fachada con energía, con el pelo oculto tras un pañuelo de tonos claros y alguna flor rosada. Líbano era su país y su nombre Yamal. Había aprendido sus primeras palabras en gallego nada más atravesar la puerta de la panadería donde algunos la miraban con curiosidad y otros con desapego. Levantó la mano desde la distancia y ella sonrío y se recogió.

Alguien hurgó en el bolsillo de su camisa y extrajo el encendedor sin pedir permiso. Ni siquiera tenía que mirar para saber y aquello le producía una sensación de comodidad difícil de explicar. El tipo, grande y familiar, le preguntó por cierto resultado de la liga de fútbol. Mintió cuando dijo que no sabía. Le disgustaban aquellas preocupaciones frívolas e inexplicables de la gente que apuradamente llegaba a fin de mes, pero se reprimía a la hora de manifestar su disgusto. Bastante tenían ya.

Se reprimió cuando la hija de Sara lo saludó desde la otra acera. Las formas de aquella casi mujer parecían esclavizar la mirada, pero el casi le causaba una cierta vergüenza que casi agradecía. No era el caso de su madre, bien entrada en la cuarentena, a la que miraba con el descaro propio de su misma condición de adulto curado de espantos. Ella hizo un comentario y él asintio con la sonrisa mientras admiraba su gesto altivo y su melena al viento. Los recuerdos le hicieron nacer una chispita de melancolía en los ojos negros. Paró el coche que traía los periódicos abruptamente, a escasos metros de la mesa, y de allí bajó un tipo desconocido con cara de urgencia. La de gente que pasaba por aquel coche...

El café estaba calentito y sabía a ternura de mañana primaveral. Como si el sol fuera una amante acaso lejana pero siempre presente. Rastreó en el bolsillo de la camisa y extrajo una de aquellos cigarrillos oscuros. Pasó un hombre con la sonrisa perdida para siempre y detrás un crío que esclavizaba sin piedad una tabla de "skate" produciendo un ruido nada amable. El mundo es así, se dijo. Amargo e inconsciente a veces. Alegre otras, tentador, desafiante siempre. Una asignatura que no se aprueba jamás.

Se sentó Daniel a su lado, con su humanidad tibio y su voz grande y honda como un pozo.

- Vaia cariña de sono !!

Su risa era como una bienvenida a una playa pequeña y recogida. La que recordaba de su niñez en As Travesas, cuando aún se podía salir de casa y oler el mar, con sus maneras bravas y su sabor a vida.

- Aínda non viches a túa, castrón...

Y dejó de pensar, dispuesta a que la vida fuera sólo la charla intrascendente, pero amiga, de dos que se conocen desde antes de nacer, que es mucho tiempo.