24 de junio de 2008

Galeg@s



Esto somos: piedras inconmovibles. Granitos redondeados por mil dias de lluvias y mil vientos gélidos y furiosos. Pinos que se atreven a crecer donde el alimento es un milagro, sobre los riscos, abocados siempre al precipicio y siempre buscando la luz. Rocas abiertas por las heladas inclementes y arbustos pequeños pero invencibles. Frutos de una sangre verde que, a falta de los mitos que a otros se les permiten, viven del pulso inmaculado del tiempo y del río que pasa invisible a los pies de las rocas, indiferente a cualquier contienda pero consciente de su eterna tarea.

Moriremos el día que el río detenga su marcha y las piedras abdiquen de su vigoroso silencio. No antes.



22 de junio de 2008

Mondoñedo


Tierra de silencio y de melancolía al decir de algunos. Y escenario de trágicas historias pocas veces contadas, porque ya se sabe que la historia la escribe el vencedor y suelen olvidársele los pasajes desagradables.

En ese plaza y ante esa catedral dicen que rodó la cabeza del mariscal Pardo de Cela, rebelde a los católicos monarcas, gritando "¡Credo!" según algunas fuentes y "¡Clero!" según otras. A las puertas de la ciudad esperaba su amada, portadora del perdón de los imperiales y entretenida por los secuaces del obispo, mientras el religioso apremiaba la ejecución de la sentencia.



12 de junio de 2008

Vuelo

Desde los apenas dos metros en que nos sitúa la vista es imposible ver algunas cosas. Uno diría que son pequeñas cosas hasta que se sitúa en un vuelo más bajo, casi siempre a costa de la pulcritud de la vestimenta. Pero vale la pena. Aunque sólo sea por combatir la ceguera.

8 de junio de 2008

El Pozo

ElPozo

Lo recuerdo. Un pozo amplio como un cuerpo concentrado en la boca, dilatado y oscuro en su camino hacia los misterios de abajo. Hasta que el sol recorría su sendero azul habitual y uno podía ya ver su propio reflejo allá en el fondo, entre las aguas quietas.


Un espacio mágico del que recomendaban apartarse porque la magia y el peligro suelen tener que ver. Aunque una vez asomada la cabeza al círculo de piedra y envuelta la mirada en las paredes redondas invadidas por el silencio y el palpitar del agua, ya el peligro no contaba.


El espejo del agua iluminaba entonces los muros admitiendo que la vida es posible en la penumbra y la quietud inmutable del fluido atrapado entre las piedras y las tinieblas. Hasta que uno sucumbía a la tentación de romper la monotonía de aquel no pasar nunca nada con algún pequeño guijarro que hacía brotar ondas en el lecho dormido del fondo y los ecos llegaban a los oídos como un murmullo de seres diminutos ocultos entre las piedras y las hierbas, y mil destellos bailaban en el aire frío y sorprendido.


Hay algo infinitamente hermoso en el silencio y la quietud. Algo que niega la angustia y afirma la verdad en su vulnerable universo. Algo que sitúa la respiración en otro mundo donde el aire se vive al tiempo que se respira. Algo que nos traslada a esa otra habitación donde no hay que cerrar la puerta para protegerse de nada.


La pena es no disponer de un par de alas que nos sitúen en ese mágico escenario a voluntad, siempre que el aliento delata un estertor agotado por la falta de calma. O poder reclamar a aquel ser mágico que llenaba las horas infantiles y transformaba todo en un misterio al alcance de la mano.


La pena es ser quien somos y no el proyecto divino fracasado.


Resistimos confiados a un sueño que promete recuperar más sueños y soñar más vidas hasta que ya la vida no puede soñarse por más tiempo.


Se me quedó la imagen del vientre blanquecino de una culebra larga atrapada en el señuelo ingenuo de una taza blanca llena de leche blanca. Y el cesto que la izó fuera del pozo donde fue sacrificada sin que nadie diera ninguna explicación.


Mi pozo está a mi lado en una vieja foto, sencillo y austero, apenas acompañado de los tres palos que sujetaban aquella roldana cantarina. Y aquella casa existe. Sigue allí después de que los grandes plátanos sucumbieran a lo que los hombres llaman conveniencia. Y no sé si mi pozo sigue allí todavía. Pero ya me es igual, porque no puedo verlo. Ni vivirlo asomado al círculo y al triángulo que lejos de vigilar mi debilidad, como hacía aquel otro en los viejos libros de texto, me procuraba alivio para la sed bajo la simple condición del esfuerzo.