16 de diciembre de 2008

Tiniebla

Siempre habrá un día en que maldigas tus propios fundamentos. Un día en que serías tu peor enemigo. El más taimado e inmisericorde. Hay horas tan negras que ni el sueño se atreve a entrar entre sus paredes y se queda fuera, asombrado y muerto de frío, sin atreverse a franquear el umbral en penumbras.

Días hay en que la soledad es casi un manto que se adapta al cuerpo con tal perfección que parece que nunca hubieras tenido una cálida mano sobre el hombro o una sonrisa blanca y despreocupada frente al rostro. Días en que la mente te oculta lo único que realmente conoce y se inventa un personaje concebido sólo para las tragedias, al que nadie podría prestar la más mínima atención. Si alguien se detiene a tu lado y te invita a un café, enseguida verás en su cara un gesto de confusión que le disuade incluso de contestar a tu exánime disculpa. Llevas prisa.

Llega un momento en que esos días son más y más frecuentes y ya es difícil deshacerse del confortable manto de la soledad. Resulta cómodo cuando hace frío y también cuando hace calor. Es un disfraz con infinitas capacidades de adaptación, algo que siempre se acomoda a lo que sea necesario, rápida y apaciblemente.

Por suerte hay algo, perdido en algún rincón del laberinto, que consigue hacer valer su voz cuando más perdido te encuentras en la inmensidad de ese saberse nadie. Un duende caprichoso que reniega de tu cobardía y detesta el silencio. Un tipo contumaz y levantisco al que aparentemente no conoces de nada, pero que habita en tí, y no renuncia nunca. Jamás.

Para cuando descubres que has sido capaz de alejarte de tan peligroso cobijo, descubres también que no ha sido inútil. Queda una especie de asombro que ya no tiene nada que ver con la fatalidad de la vieja frontera. Asombro ante el espejo que retrata a uno de los muchos que eres, que diría Whitman. Perplejidad ante las propias dudas. Incredulidad ante la continua sorpresa de la vida, que no será nunca previsible.

Y una sensación mucho más agradable. Algo que debe parecerse a la satisfacción del iniciado. La conciencia profunda de saberse mejor, pero por dentro. La sencilla seguridad de saber distinguir más allá de la pura apariencia. De ver mucho más lejos que la pura mirada. Para entenderlo es recomendable abrigarse bien y subir a una montaña un día claro. Y una vez en lo alto, darse unos suaves paseos, acostumbrarse al frío poco a poco y finalmente limitarse a contemplar lo que ocurre. En esos largos minutos en que el astro se oculta, justo antes de que la tiniebla imponga su ley, el duende deja ver la inmensa versatilidad de sus poderes. La infinita variedad de mundos que habitan entre la luz y la tiniebla. Eso es la vida.

3 de diciembre de 2008

La Maragatería



A veces me pregunto a dónde van nuestros pasos. O por ser más exactos, cuál es su razón de ser. Su objetivo, si hay un objetivo. Parece claro que nos gusta cambiar de lugar, de situación, de colores, de sonidos... Sin que ello tenga necesariamente una finalidad muy concreta. Lo que no sé decidir es si eso nos sirve de algo, si nos hace crecer. Puede que lo intrascendente sea también importante. Cuando la luz de la mañana se cuela apenas por el escaso espacio que ha quedado entre la puerta de la habitación y el marco, algo te dice que es mejor ponerse en marcha. Y te pones la ropa, poca, porque va a hacer calor, y cómoda, porque es lo sensato cuando se va en bici.


No queda más remedio que recorrer algunos kilómetros antes de abandonar el coche en una esquinita de una calle cualquiera, enfundarse los guantes, las gafas, el pañuelo sobre la cabeza, y sin más, echar a volar sobre dos ruedas. Salida de Astorga en dirección a Santa Colomba. No importa si no se llega. Pasa un grupo de cicloturistas con las alforjas a tope y un montón de colores a las espaldas. Voy cuesta abajo y contra lo que parecía, el frío se deja notar.


El terreno es más ondulado de lo que decía el mapa. El paisaje se extiende hasta el infinito, en un horizonte casi inabarcable y bien diferente de la Galicia acogedora, siempre sembrada aquí y allá de montañitas redondas y maternales. Llego a Castrillo. Había estado antes aquí. Es un pueblito que han restaurado conservando el aire rural de hace muchos años. El andar por sus calles, auténticos rompecabezas de piedras dispuestas de todas las formas posibles, puede hacerse difícil. Con la bici, aún más. Han proliferado los negocios. Aquí y allá brotan mensajes que anuncian regalos gastronómicos sin cuento. Lo que más llama la atención es el color. Es un mundo de arcilla que resulta incluso extraño si no pasas por aquí muy frecuentemente.


La carretera oculta su vocación. A veces sube suavemente y a veces desciende de forma más acusada. Calculo mentalmente el esfuerzo necesario para subir a la vuelta. Y luego me digo que es mejor no preveerlo todo y dejar al reloj la última palabra. El grupo de cicleteros que me precedía se interna por un camino sin asfaltar. Van formando pequeños grupos, esperándose de vez en cuando unos a otros. Alguno se para a averiguar por qué demonios no va más rápido el trasto y luego sigue adelante con un gesto de fastidio.


A punto de llegar a Santa Colomba, el reloj dicta la conveniencia de volver, justo antes de enfilar una pendiente que luego habría que subir con cierto esfuerzo. De vuelta para Astorga tropiezo con algún ciclista no muy avezado. Siempre me angustia verlos hundidos en el sillín, con las rodillas elevadas hasta el cielo, casi cómicamente. Recuerdo como insistía mi viejo profe en la utilidad de la ley de la palanca. El hombre pasa sudoroso y yo venzo la tentación de decirle cómo hay que hacerlo. Pena de esfuerzo desperdiciado. El saludo obligado y seguimos haciendo camino.
El sol calienta ya y la leve ascensión tensa los músculos mientras la vegetación proclama la generosidad del astro que recorre el cielo, hoy de un azul deslumbrante, como cada día. De cuando en vez detengo la marcha para inmortalizar con mi camarita algún rincón, alguna flor, un ramillete de sombras, una piedra que no parece de este mundo...


El punto de destino se deja ver pronto, engañosamente. Quedan rampas y curvas, caminos escondidos, aldeas que saludan desde la relativa lejanía... Apenas hay tráfico. De cuando en cuando algún camión de reparto o algún utilitario que no resiste la tentación de demostrar su formidable poderío. Pena de esfuerzo desperdiciado. Por fin atraco junto a las cuatro ruedas que sostienen mi casita de metal negro. Una vez dentro, toca deshacerse del disfraz, acomodar el mecánico jumento y después, procurarse el condumio en esta pequeña ciudad que en otro tiempo fue importante, como tantas otras.


Hay una sensación apacible en el ambiente. Grupos de turistas arremolinados en torno a la catedral, o la obra de Gaudí, que siempre llama poderosamente la atención. No muy lejos un pequeño bareto que anuncia un menú del día a un precio razonable. Maderas oscuras en la entrada, en el mostrador y en el techo. Pregunto si puedo comer y me sumergen en un pequeñísimo comedor donde voy a tener que perderme las andanzas de Fernando Alonso, que es de lo poco que soporto en la tele. Me acomodo en una mesa tras un biombo que oculta a los comensales de la curiosidad de quienes se entretienen en la barra con la conversación y las bromas. Enfrente una pareja ya entrada en años que apenas se intercambia unas palabras entre plato y plato, al fondo otra más joven y a mi derecha un matrimonio con infante incluído.


La camarera tiene acento extranjero, la tez clara y la expresión seria. Es amable y mira con franqueza, pero no quiere sonreir. Ya después de haber satisfecho la deuda y a punto decontinuar con mi vida, el tipo de la mesa de al lado ejerce de amable nativo interesándose por su origen, que resulta ser un extenso país del norte. La muchacha se retira dejando entrever su poco interés por la conversación, a lo que el imprevisto entrevistador reacciona con un inevitable "ya me parecía a mí que era rusa". Cierto, se le nota en las maneras soviéticas... Esta es una fantasía verbal que afortunadamente no he llegado a exteriorizar y que apoya la teoría de mi tendencia incorregible al gruñido. Qué se le va a hacer.


Queda tiempo para echarse una siestecita dentro del coche, dar un paseo por los aledaños de la catedral, y hacer un par de disparos para contrastar el ambiente urbano de la ciudad con la tranquíla soledad del páramo y la carretera recorrida en bicicleta. Quedarán en la mente las vueltas y revueltas, los chatos perfiles de las lomas distantes y una extraña abundancia de lagartos. Verdes y grandes como pocas veces los había vísto. Y escurridizos. Al revés que estas viejas piedras, que parecen agradecer la llegada de alguien. Aunque sea uno de estos peñazos, siempre empeñados en atraparlo todo con la dichosa cámara.

24 de noviembre de 2008

Castiñeiros

Tres vigorosos ejemplares localizados en el mismo lugar donde las antiguas minas de oro de los romanos reciben miles de visitas al año: Las Médulas.
En realidad las minas apenas consiguen distraer la atención del conjunto de estos formidables vigías, longevos como es difícil de imaginar y capaces de sobrevivir a casi cualquier cosa, acaso con la excepción del fuego que tanto daño les ha hecho.
Huelga decir que pasear entre estas bellezas tiene un aquel de magia difícil de explicar y mucho más comprensible una vez se ha pasado por tan agradable experiencia.

Musgo

A veces me gustaría penetrar en las mismas entrañas de las cosas.
Llegar a tocar ese misterio que llamamos "la esencia" de la vida.
La pregunta que no tiene respuestas.
Y a falta de respuestas me aventuro en algún rincón donde ese misterio parezca más accesible.
Esta es la corteza de un castaño, árbol por lo demás misterioso donde los haya.
Crecen en mundos casi mágicos, apartados de la casa, pero tampoco tan lejanos como para considerarlos ausentes.
Sobre sus a veces formidables figuras suelen convivir la vida y la muerte, en proporciones muy variables.
Eso ya es una respuesta.

13 de noviembre de 2008

Galimatías

Encrucijada entre las nubes.
Sol aparente al fondo.
El deseo aparca en todas partes.
Camina. Un paso. Ahora.

Letras dubitativas. Redondelitos breves sobre las íes.
Siempre hay vino sobre la mesa.
La calma ha muerto.

Le escribí que la amaba.
Una breve estampita en la esquina derecha.
A tu edad los jóvenes se enamoran de las mujeres mayores.
Ecos desde Bretaña

Ella un segundo después, bañada en sonrisas
Es de cobardes reprimir el deseo de la huida.
Aquel día fui mudo cuatrocientos metros.
La voz de uno que ha muerto.
Yo quería ser John Lennon pero Dios me negó una cabellera decente.
No ha muerto, lo mataron.

Falso que todo necesite una razón de ser.
Paso. Su. Dia. Cada. Ventana. Bajo.
En los libros de religión faltaba una lección de sexo en profundidad.
En los de Formación del Espíritu Nacional faltaba una advertencia para los menores de edad.
Si la hubiera besado...

Ahora no recuerdo haber escrito la palabra amor.

6 de noviembre de 2008

Nueva moral

Cada algunos cientos de años nos sacude un temblor histórico que viene a poner en solfa los cimientos del tinglado social que soportamos. Casi siempre para bien, porque hemos pasado por cosas que no parecen muy propias de lo que pomposamente denominamos el género humano. El problema es que el desenlace siempre resulta decepcionante en mayor o menor medida.

Nos sacudimos el yugo de tal o cual grupo de crápulas y al momento nos encontramos en su lugar a otro más presentable en principio, pero igualmente molesto en cuanto el paso del tiempo les permite tomar posiciones. Verdaderamente son esos períodos inter-regnos los únicos que nos permiten tomar un poco de aire y disfrutar realmente de la auténtica libertad a la que desde siempre aspiramos. En cuanto la cosa se estabiliza y la peña se despista, aparece la correspondiente cuadrilla que se encarga de establecer que revolución sí, pero sin pasarse. Lo cual termina derivando indefectiblemente en la necesidad de una nueva revolución, pasados otros cuantos cientos de años.

Así que lo mejor que puede ocurrir es que alguien que haya llegado a disfrutar de un mínimo poder de decisión, tenga a bien concretar los principios revolucionarios antes de que el inevitable grupo de iluminados se haga cargo de la situación y empiece a poner orden. Como este responsable de las milicias que defendían Toledo, que la hora de premiar alguna meritoria actuación decidió pasar de las medallas y acuñar de forma bien concreta la nueva moral revolucionaria.

¡Seis porvos con la Lola! Firmado, Er Responsable.

Hay formas diferentes de ser sabios.

(La imagen circula por la red y llegó a mí a través de una compi del curro. Gracias, Fabi. )

30 de octubre de 2008

Amapoulas


Un milagre xorde pronto, de súpeto, á beira dun carreiro. Só con ter a afouteza de sair da casa e andar novos ou vellos camiños. De ollar nubes vellas no mesmo ceo de cada día. Un milagre agroma entre as herbas secas polo sol de verán, a carón dun monte de rescoballos das obras onde os humáns acubillan a súa eterna e irremediabel soedade. Unha explosión do cosmos entre as horas de noxo, anguria polos fillos, pánico do futuro, pánico polos cartos, pola pel que se enruga, por pecados presentes e desfeitas pasadas. Cando deixas atrás as verbas fachendosas dese deus preguiceiro, pariches un milagre. Porque un milagre é fillo dunha ollada sincera e non precisa de nada. Só unha pinguiña de atención.

Amapoulas.
Vermellas coma o sangue.

(Un milagro surge pronto, súbitamente, al lado de un sendero. Sólo hay que tener la valentía de salir de casa y andar nuevos o viejos caminos. De mirar nubes viejas en el mismo cielo de cada día. Un milagro brota entre las hierbas secas por el sol del verano, junto a un monte de escombros de las obras donde los humanos cobijan su eterna e irremediable soledad. Una explosión de cosmos entre las horas de hastío, angustia por los hijos, pánico del futuro, pánico por el dinero, por la piel que se arruga, por pecados presentes y derrotas pasadas. Cuando dejas atrás las palabras orgullosas de ese dios perezoso, has parido un milagro. Porque un milagro es hijo de una mirada sincera y no necesita de nada. Sólo una gotita de atención.
Amapolas. Rojas como la sangre.)

21 de octubre de 2008

Viaje a la nada



Por el camino de Penamoura. Me lo dijo como quien arroja un hueso consumido por el sol a un perro famélico, después de tirar la colilla en un charco en la densa oscuridad entre los muros de piedra. Volví a casa con la pena pugnando por correr por las mejillas, contento por no tener que volver a mendigar ante aquel ser repugnante la respuesta que nos sumiría a todos en el lacerante dolor de la certeza, y triste por haber confirmado una ausencia irremediable.

Rodeé el cuartelillo para no tener que soportar los comentarios de aquellos seres incomprensibles, casi desaparecidos bajo el tétrico manto verde y el tricornio. Hay momentos de la historia en que la miseria se viste de una arrogancia que nace del propio autodesprecio, y la inmundicia asoma irremediablemente al rostro de quien se sabe definitivamente siervo y no tiene el valor de quitarse del medio.

El día que me interné por aquel camino me sobrecogió la indefinible maravilla del paisaje. Busqué por los lugares más recónditos hasta que un persistente rastro dulzón me guió hasta lo que quedaba de él, apenas unos restos desencajados entre los muros de un pequeño pilón donde en otro tiempo bebía el ganado. Allí estaban sus botas recias y achatadas en la punta. Las extrañas lazadas de sus cordones, las ropas descompuestas y martirizadas por las heladas y el viento. Restos del cabello pegados a los líquenes del fondo y manchas escarlata sobre el cemento desnudo, oscuras ya, petrificadas. Al menos podríamos enterrarlo allí mismo sin tener que soportar las miradas cínicas y enfermizas de sus verdugos.

Cuando llegué a la carretera volví a ver el árbol al fondo, en el punto más alto, como una corona. Las nubes aliviando el frío con una lluvia apenas perceptible. A lo lejos una cortina de agua más espesa, justo donde la luz, a punto de morir, marcaba el camino del sol en retirada. Entonces me pregunté el por qué de tanta belleza.

Imposible explicarse cómo bajo aquel hermoso escenario, en una tierra que considerábamos nuestra, podía desarrollarse algo tan espantoso. Cómo podía aquel cielo acogedor dar cobijo a tanta impunidad. En qué lugar de aquel espléndido panorama encajaba el macabro cuadro que formaban los asesinos y sus víctimas.

13 de octubre de 2008

Lo tengo todo

No necesito el rumor aparente y vano del tesoro que tantos buscan con tanto tesón, casi furiosamente. Quizás con irme conociendo me baste para llegar feliz al puerto de mis días. No sé por qué se me ha concedido el privilegio de entender que el insignificante brillo de la hierba da calor y paz. Y es suficiente.

Me basta con sentir el frío de estas gotas menudas en la cara y conjurarlo con un gesto de las manos y agradecer después tener dos ojos para presenciar esto tan grande y al tiempo tan poca cosa. Agradecerlo a ningún dios, sino al cálido azar del tiempo, que no requiere de esfuerzos ni planes ni necesita de ningún tipo de protección.

Tan sólo estar aquí y ahora, acompañado del rumor fugaz de los coches que llegan y se alejan sin prestar atención. Y olvidar el paso de las horas mientras las nubes hacen camino incansables, prestándole al día un aroma de luces estremecidas, huidizas, siempre sorprendentes.

Y al entrar en el coche atender a tu voz compañera, protestar para romper el insoportable tufillo de la unanimidad, sortear con sonrisas algún reproche que ya se ha hecho familiar y luego mirarte y sentir que no se necesita nada más para entender el mundo que un poco de paciencia.

Y mirarte otra vez. Mirarte sin descansos, sin café de las doce, sin tentempiés, sin churros, mirarte hasta mañana. Cuando por fin te fijas, te nace una sonrisa iluminada de verde ecuatorial.

Y ya lo tengo todo.

8 de octubre de 2008

Besos de ángel

A punto de meterse en la ducha pensó que estaba muy cansado. Las baldosas transportaron el frío poco a poco a la carne tibia, confirmando aquella sensación de invierno que lo habitaba desde no sabía cuando. Allí estaba su mano, asiendo la cortina absurdamente, preguntando de qué servía todo aquello. El espejo sorprendió su rostro, víctima prematura de las grietas del tiempo. Detenido y casi asombrado miró de frente aquellos ojos fatigados por las despiadadas vigilias.

Apoyado en el lavabo adelantó el rostro hasta el espejo, con calma, aproximándose aún más hasta aquellas pupilas apagadas y confusas. Y preguntó, "¿Qué quieres"?

- ¿Qué has dicho?

No hubo respuesta. La imagen del espejo cocentró toda su atención hasta que nació otra pregunta, ahora en silencio, "¿Quién eres?". Cuando notó la presencia bajo el marco descolorido de la puerta, bajó la vista, avergonzado.

- ¿Se puede sabes qué haces desnudo por la casa adelante? ¿No ves que te puede ver la cría?

Quizás en el kiosko de la esquina deberían vender raciones de fortuna. O participaciones de felicidad futura, garantizada. ¿Cuál era la razón de que aquella criatura que había traído al mundo no le hubiera visto jamás desnudo, siendo en realidad el perfecto fruto de la desnudez?

Se concentró en la expresión severa de ella. En el agudo filo de sus labios rematados por una mueca despectiva. Y en sus ojos de ira envejecida, sobrealimentada... y seguramente justificada. Después, dos palabras sencillas cayeron de su boca sorprendida, produciendo un extraño murmullo entre las sombras matutinas.

- Me voy.

- ¿Te vas?

Poco a poco fue naciendo aquella amarga y demoledora sonrisa, mientras sus ojos lo recorrían sin pestañear causando una sensación parecida a una quemadura.

- ¿Al cielo? ¿A la cantina? A buscar trabajo adivino que no... ¿verdad?

Esta vez no advirtió el aguijón de la culpa en la boca del estómago. En su lugar brotó como una sensación de verano que acaba. Una promesa cierta de incertidumbres que a medida que transcurría el silencio se revelaba como una posibilidad de alivio.

Se irguió y alzó su paupérrima desnudez ante aquel curioso tribunal que lo juzgaba escoba en mano. Avanzó hasta ella y descendió al fondo de sus ojos azules y fríos como un mar del norte. Los pliegues de su piel blanca fueron desapareciendo a medida que la sonrisa moría como contando el tiempo por centésimas, milésimas de segundo, en aquella eternidad de pasillo en penumbras. El asombro nació en su mirada inquieta y la boca se le abrió involuntariamente. Dio un paso hacia atrás mientras la escoba se escurría entre sus manos produciendo un chasquido sordo en el suelo de madera encerada. Siguió retrocediendo hasta que la pared encalada la detuvo.

- Voy a vestirme.

Las maderas crujieron cuando se aproximó al armario oscuro y escogió la camisa que reservaba para las grandes ocasiones. Gritó el cajón de madera mientras extraía una muda limpia y se vestía contemplando como el pasado desfilaba por los cristales de la ventana entreabierta. Recogió la cartera de la mesita de noche, reservándose un par de billetes, dejó el resto bajo el pie de la lámpara y salió. La puerta de la cría permanecía cerrada, vedada como el beso de un ángel, tan próxima como inaccesible.

La cocina estaba limpia y ordenada. Sólo la botella vacía y el vaso permanecían donde habían quedado de madrugada, con aquel rastro violeta sobre la superficie de formica. Aquella huella gritaba una culpa mientras se enfundaba la chaqueta recogida del respaldo de la silla y salía al pasillo caminando como un náufrago.

Dos fotos antiguas colgaban en mitad de la pared mitigando apenas el blanco vacío. Padre y madre, con atuendos austeros y una pregunta dolorosa en la mirada. Las botas devolvían un eco triste de sueños aplazados mientras avanzaba hasta la salida, antes de abrir la puerta de par en par y aspirar todo el aire que le fue posible.

- ¿A dónde vas?

La niebla se le coló por los resquicios de la ropa, a través de los dedos, entre los cabellos, penetró en la boca y salió después envuelta en el vaho del aliento cálido. El pasador de la puerta repitió aquel sonido familiar que dividió al mundo entre hoy y mañana. Algunos le miraban mientras caminaba despacio hacia la estación sin despertar su interés.

Introdujo la mano en el bolsillo interior de la chaqueta extrayendo aquel cartón diminuto recorrido por letras y cifras negras que le había entregado Mario después de aquella terrible conversación. Era difícil saber por qué no lo había arrojado en cualquier esquina como hacía con todo lo importante. En el recuerdo nació la mirada dolorida y escéptica de aquel hombre bueno, el tímido contacto de su mano en el hombro, el gesto resignado con que le dio la espalda. Y la vergüenza que lo invadía, lacerante, le dio la respuesta.

Mientras esperaba el tren, paralizado en el andén, el mar surgió ante sus ojos. Aquel ser gigantesco que había visto una sola vez, en su lejana infancia, indómito y apacible al mismo tiempo . Poderoso y amable. Desafiante y acogedor. Quizás sólo en su presencia podría llegar a saber que un hombre puede lavar su alma y renovar por fin los propios pasos.

El monstruo de hierro apareció en el horizonte luchando por detener su carrera entre quejas metálicas y una columna de vapor de agua que lo invadía todo. Caminó con una sorprendente determinación hacia la puerta que había quedado justo enfrente, subió, y antes de instalarse miró hacia aquel insignificante lugar lleno de casitas blancas donde la vida parecía haberse parado. Entonces supo que hay más de una vida. Y que un día volvería por el beso de un ángel.


Imagen por cortesía de Marian


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30 de septiembre de 2008

Vida sana


No sabría decir por qué lo hice. No soy dado a los cambios, pero afortunadamente los cambios ocurren con o sin permiso. A veces de las formas más inexplicables. En aquel momento me dedicaba a arreglar el mundo, o eso creía yo, criaturita... Y debió ser que una labor tan seria y trascendente termina por levantar protestas en algún compartimento del cerebro, como exigiendo algún tipo de desahogo. Digo yo.

Quizás por influjo de "Integral", revista por lo demás recomendable, cayó en mis manos un librito de una francesa que hablaba de la buena vida. Aproveché lo que me pareció sensato, que era poco. Y de la noche a la mañana me apunté a la vida sana. Hay cosas que sólo se pueden hacer así. Hay que explicar que los bares y estancos del pueblo deben una importante parte de su buena marcha a mi existencia. Digamos esto sólo para ilustrar lo radical del cambio, que no para presumir de viciosa condición, y sin entrar en enojosos detalles.

No recuerdo haber acusado especialmente la retirada de la brutal dosis de nicotina y demás nutrientes aportados por las docenas de cajetillas de tabaco que consumía cada semana. A las que había que sumar la triple ración que solía administrarme durante el "finde", en los templos de baile de la época. Si acaso eché un poquito de menos el sabor especial del cigarrillo que, ya en la cama, daba paso al sueño o anunciaba la inminencia del desayuno. A eso he llegado, sí.

La esplendorosa gama de sustancias más o menos etílicas que dividían el día en tiempo de vino, de orujo, vino de nuevo, cubatas y espuelitas de licor-cafeses, quedó reducida al agua. Recuerdo que un día pensé lo mentirosa que era aquella gente que decía que comer con agua era perjudicial. Mucho tuvieron que echarme de menos aquellos vasos altos y cilíndricos en los que me cepillaba los restos de las existencias de las juergas colectivas, al calorcito de aquel fantástico "Abraxas" de Carlitos Santana. Como las cartas. Al abrigo de los tutes y los subastados creció la fama de un sinfín de licores de esos que ahora se llaman artesanales, muy apreciados incluso en ambientes virtuales. (Yo sé lo que me digo...).

Mi pobre madre asistió apenada a la visión de mis platos a la hora de comer, con la ración reducida a un par de cucharaditas que darían pena a uno de esos médicos sin fronteras. Dejé de cenar en su presencia porque pensé que aquello la llevaría a la tumba. En un sitio donde aún se decía aquello de "Que Deus cho pague cunha muller que non che colla na cama" (1) se puede comprender el disgusto de mi progenitora.

Los resultados físicos fueron obvios transcurridas un par de semanas y aún antes. La piel se pegó a los huesos y a los músculos allí donde los había, y la barriga sencillamente desapareció, al extremo de que si la metía hacia adentro era fácil notar las agudas aristas de la columna vertebral, pero por delante. Decir que me convertí en algo ligero es explicarlo de forma muy precaria. En realidad flotaba en un elemento desconocido, dócil y etéreo y me resultaba imposible dejar de experimentar aquella maravilla física a todas horas, de manera que me convertí en alguien que corría todo el rato. Aquello reforzó aún más la sensación de liviandad, ya que tal actividad me había estado completamente vedada hasta entonces. El drástico cambio llegó a tal extremo que únicamente después de vivirlo se puede llegar a creer. Aquel tipo que se pasaba los inviernos con la cabeza desaparecida dentro del anorak azul "proleta", hizo de la ducha fría una religión. "¡Vivifica!", me decía cuando el chorro de agua helada batía violento contra la piel caliente luego de hacer siete u ocho kilómetros a la carrera, lo cual siempre había estado reservado "pa los pringaos".

Probablemente fue el brutal contraste con mi antigua etílico-nicotínica normalidad lo que puso en solfa las bondades de la milagrosa transformación. El haber llegado a tal estado de bienestar físico llevó mis neuronas a una especie de beatitud mental que pronto derivó en la necesidad de predicar la buena nueva. Un amigo mío llamó a aquello "el entusiasmo del converso", supongo que parafraseando a algún sociologo.
Me convertí en un coñazo. Entraba en las bares donde había vivido hasta entonces y pedía un agua. Y el barman, siempre un buen amigo, no sabía si llamar al médico. En cuanto comenzaba a explayarme sobre mi angelical estado empezaba a mascarse la tensión. Quien más quien menos miraba para las telarañas de las esquinas y a más de uno se le atragantaba la risa en cuanto encontraba alguna mirada cómplice, es decir, todas las miradas. Ya cuando repetía por vigésima vez aquello de "¡qué bien me encuentro!" la peña cambiaba de bar sin previo aviso, siempre coincidiendo con alguno de los momentos en que me veía obligado a aliviarme del agua mineral.

Tardé en curar de mi ataque de salud. Justo a tiempo de no verme condenado al ostracismo. A base de algún vinillo vespertino fui recuperando la senda de los entrañables recuerdos del "gin-tonic". Suerte que ya la edad fue poniendo las cosas en su punto, no sé si justo o aproximado, de modo que los viciosos placeres se redujeron al límite de lo soportable por los castigados órganos y al fin y a la postre sigo tomándome mis vinitos y mis cañas. Ahora me ha dado por mezclarlos con algo que no puedo mencionar porque os descojonaríais de mí sin miramientos, pero mira... He decidido que si a mí me gusta ya pueden llover billetes que tanto me da.

El dejar atrás el tabaco ha costado mucho más. No sé cuantas marcas habré fumado pero son muchas: Celtas, Ducados, Jean, Record, 46, Marlboro, Luckystrike, Habanos, ... y luego todos los Light correspondientes hasta que ya recalé en aquel Nobel que era una pura rendición. He tenido que ir sembrando los techos de los armarios de cajetillas abandonadas, pero a día de hoy no siento la más leve tentación de volver a libar del humo azulado. Sólo mola en las tomas nocturnas de las pelis, pero ya no pico.

¿La conclusión? No sé... Quizás que hay que tomarse las cosas con calma, pero también hay que estar siempre atento a las señales y abierto a los cambios. Y que la vida tiene un ritmo preciso y natural que va del día a la noche, y eso debe ser por algo. No puedes ver un amanecer si te acuestas entre vahos etílicos a las tantas. Y eso es perderse mucho más de lo que parece. Y la lucidez es algo que seguramente sólo se aprecia cuando se pierde, como muchas de las cosas más valiosas que tenemos.

Mi enhorabuena a quienes decidáis seguir ese camino, en la esperanza de que seáis mucho más coherentes que yo. Y menos coñazos.

(1) "Dios te lo pague con una mujer que no te quepa en la cama". Curiosa sentencia que debe tener que ver con aquello que llamaron "los tiempos del hambre".

Imagen por cortesía de Marian.

Un recuerdo

Se diría que esta lámpara ha sido testigo de nada. Apenas unas presencias en un bar modesto de algún pueblo de la Galicia interior, un día cualquiera cuando el calor es una promesa en la mañana y aún soportable cuando el sol ha llegado a lo más alto. Ha entrado una pareja y ha pedido de comer. Después un grupo de jóvenes.

Ellos han alzado la voz sin contemplaciones, han reído y hablado lo suficiente como para prohibir durante unas horas el silencio. La pareja ha conversado en voz baja, repasado con la vista las maderas recias y oscuras y observado con un asomo de censura en la mirada las demostraciones de una de las jóvenes, mientras ésta golpeaba la mesa con las manos haciendo patentes los efectos del alcohol.

Ha cesado repentinamente en sus demostraciones. De hecho ha permanecido en silencio hasta que han abandonado el comedor. Apenas se ha permitido un escueto "disculpen" cuando ha pasado al lado de la pareja. Una rubia bien vestida y de voz chillona que se ha incorporado al grupo más tarde ha acaparado de forma definitiva el espacio que ella ocupaba hasta ese momento. Una reina destronada cuya historia no conoceremos.

La pareja ha abandonado el local poco después. Han estado un rato esparciendo los ecos de su conversación en voz baja. Parecían disfrutar de una felicidad humilde, basada en las miradas, las sonrisas y el tacto de las manos, que han concretado en más de una ocasión. El reducido recinto ha agradecido la restauración del silencio de sus voces bajas y reposadas.

Nada de eso quedará aquí. Pero yo, el tipo de la cámara, he decidido quedarme con un recuerdo. E interpretado como una señal el hecho de que esta lámpara está justo a la altura de la vista. Rodeada de tonos imprevistos y accesible como una cereza en un camino absolutamente abandonado.

24 de septiembre de 2008

Magnitudes



Quizás podríamos ver el mundo, las cosas, en magnitudes diferentes.
Quizás.

Podríamos pensar que el enorme Júpiter puede ser contemplado como un simple átomo si nos alejamos los suficiente. Puede que esas partículas que desde aquí consideramos insignificantes encierren otro universo.
Infinito, inacabable.
No sé si incomprensible.

Esto que ahora vemos forma parte de otra cosa, pero no debe revelarse. Porque lo mataríamos al diluirlo en esa otra presencia. Puede que incluso fuéramos incapaces de verlo.

12 de septiembre de 2008

Expresividad


María es una amiga mía, catalana en ejercicio, a quien considero un prodigio de expresividad, en más de un sentido. Aunque tiene sus momentos, como se puede deducir del texto, suele ir dejándolo todo regado de sonrisas.

Un placer conocerte.

30 de agosto de 2008

A Coruña

Había estado antes aquí. Este sitio huele a mar y nunca hace frío. Las calles están siempre llenas de gente y los bares se reparten tan estratégicamente que es difícil encontrar algún rinconcillo solitario. Para eso hay que irse a la ciudad vieja, que sigue siendo vieja por más que restauren por aquí y por allá. Ahí aún quedan grandes piedras de granito en el pavimento. Es donde se refugian los bohemios, los poetas, los pintores y los guiris despistados. Tiene un algo de calma que no se encuentra en ningún otro sitio de la ciudad. Pena que en ese momento mi camarita no me acompañaba.

Hemos llegado tarde, por supuesto. Con el tiempo justo para remediar el ayuno de Rosa con un cafelito en un bar que se llama el Pecado y recogerla para ir a comer después de un breve paseo por el Orzán. La comida me ha reservado la sorpresa de la presencia en pleno puerto de dos mamotretos de increíble tamaño que ocultan la vista de Os Castros, lo cual es pecado mortal y pare usted de contar. La comida, con acento picante, da paso a un paseo que nadie hubiera adivinado tan largo. No estamos tan viejos como parece, jeje...

Me ha llamado la atención lo más obvio, claro. La gente rica de mi pueblo, que siempre ha tenido cierto complejo de paleta y no pierde un segundo en irse para allá, se ha hartado de proclamar las excelencias de la nueva ciudad, que es obra (dicen) de un tipo de nombre Francisco, presuntamente socialista, que se ha mudado al vecindario del santo Padre. Creo que tiene miedo de irse al infierno... Quien escribe no ha visto la maravilla, aunque hay que decir que uno es de pueblo y hay dos cosas que una ciudad no puede evitar: el ruido y el gigantismo. Dos monstruos que combinados acaban por producir la sensación de desastre urbanístico que conocemos. En este caso un desastre rodeado de cielo y mar por todas partes, que es igual que decir una bendición de desastre.

Y a la par que uno convierte las virtuales presencias en amistades reales de carne y hueso, y ojos, manos, acentos, cabellos y circunstancias vitales, vuelve al presente la ciudad. Extensa, luminosa, ruidosa sin atenuantes, con una luz extremadamente caprichosa porque aquí se pasa del "orballo" típico al sol justiciero y de ahí a las sombras y luego a las brumas y cuando te das cuenta resulta que el reloj apenas se ha movido, de manera que el tiempo tiene aquí formas un tanto extrafalarias.

He echado de menos los "troles". Aquellos autobuses de dos pisos y británica silueta que recorrían la ciudad con un ritmillo tropical que me encantaba, pero convertían cualquier trayecto de la marea de automovilistas en un calvario. Ahora han dejado en su lugar algún pequeño tranvía que incomoda menos al tráfico pero inunda el aire con tal marea de cables y postes que uno termina por no mirar nunca hacia el cielo, lo cual no está bien. Y encima va siempre petao de gente el condenado...

Nos hemos dedicado a pasear. ¿Qué mejor? El puerto, otrora diáfano y luminoso, el castillo de S. Antón, los templos (hermosísimos) y las placitas de la ciudad vieja, los espacios abiertos en torno a la Torre y el centro inundado de gente que va y viene entre exposiciones, terrazas y demostraciones callejeras que atestiguan que es tiempo de fiesta. Y entre cafelitos y paseos se nos ha ido esta corta estancia en tierras herculinas que habrá de repetirse porque es bueno volver al mar y es aún mejor cuidar de las amistades que ya han dejado de ser virtuales. A las dos un besote por ser tan buena gente y tan buenas anfitrionas.

Y tengo que contarlo: el hotel había agotado las habitaciones normales después de garantizar la reserva, así que me asignaron una suite que casi me caigo de culo...Nunca había vista una cama de semejante tamaño... ;)
Para la próxima quedarán por aquí algunas vistas de la ciudad vieja, porque es delito no dejarlas.

Escaparate

Lo mejor de algunas fotos es que aparecen solas, sin necesidad de buscarlas.
Se te quedan mirando como descaradas y sin dar la más mínima explicación.
Uno después la busca y puestos a encontrar, encuentra, pero no sé si siempre es necesario.
Ahora mismo, creo que no.

Ciclos vitales


"A vida dá moitas voltas", decimos por aquí. Es una verdad indiscutible y muy poco arriesgada por otro lado. Es tan obvio que sólo quien tiene poquitos años puede atreverse a dudarlo, casi siempre para admitirlo abiertamente en cuanto ha caído el primer tortazo vital, que nunca tarda.

Vamos dejando como señales en ese camino para identificar esos acontecimientos, a veces afortunados y otras no tanto. Sencillamente, es así como se vive. En ocasiones me apetece pensar que la vida es como un balance, y que quienes no han obtenido un saldo razonablemente positivo al principio han de tener nuevas oportunidades al final, para llegar a esa especie de equilibrio.

Opino que realmente existen gentes a quienes la vida les va mal. A quienes la vida las trata mal. Sin embargo no soy capaz de identificar claramente cuáles son las circunstancias que definirían de manera inequívoca esa mala fortuna. Hay gente muy pobre que tiene una buena vida y gente muy rica que va dándose golpes como un fantasma desnortado. Parece que la verdadera fortuna está en elegir el camino adecuado, por muchos traspiés que se puedan dar. Y levantarse cada vez que se cae, que es lo difícil.

Vivir exige lucha y mucho temple. Mucha paciencia y unas buenas espaldas para soportar más de una andanada de esas que te dejan medio sonado. Y no me canso de prevenir a todas esas personas que en un momento dado deciden elevar una pared sobre sus mundos para que ya nada les haga más daño. Por la sencilla razón de que esa pared puede impedir que lleguen nuevas vidas al exiguo espacio que uno ocupa. Si eso llega a ocurrir, mal andamos.

La vida es riesgo y nadie puede obtener luz sin abrir la ventana por la que podría colarse un hermoso jilguero o un obús. Si se cuela el obús habrá que ponerse de nuevo a la tarea hasta que tengamos otra ventanita. Y vale la pena reconstruir tantas veces como sea necesario. Porque el jilguero llega. Siempre llega.

Quizás es importante tener la paciencia necesaria como para que llegue a ocurrir la primera vez. Después ya sabe uno que es posible y la tarea no toma tanto esfuerzo. Uno sabe que ocurrirá más tarde o más temprano. Y como el reloj ha dado ya tantas vueltas no importa esperar un poco más.

Llega un día en que te descubres de nuevo en eso que llamamos "el espejo de los otros". Tu reflejo en esas otras vidas. Diferentes, lejanas, desconocidas en buena medida. Pero próximas, cálidas, accesibles desde esas risas que nacen de algún rincón misterioso, sin esfuerzo y con vocación de continuidad. Ecos sencillos de humanidad sencilla. Caricias en las voces, promesas en las risas, contacto en los defectos que nos hacen humanos, mientras las nubes desfilan sobre nuestras cabezas afirmando que ya ha pasado un día, y luego otro y uno se pregunta por qué no ha nacido en Cantabria, en un ruidoso cruce de caminos donde hay un bar al que han puesto de nombre "México" para que un día alguien olvidara el dichoso artículo gramatical y dejara en el móvil de Eme una frase que decía "Estamos en México". Qué curioso...

Nadie sabe a dónde vamos desde aquí, con esas presencias, netas a veces, difusas aún en otros casos. Qué nuevos cruces de caminos nos esperan o qué nuevas voces vendrán a dejar sus ecos o sus sonrisas. Es difícil saber por qué, pero algunos de esos ecos y desde luego todas esas sonrisas, quedan.

Uno suele retocar las fotos razonablemente para no ofender la vista de quien mira. En esta ocasión no será así. Queda ahí una foto borrosa, defectuosa, falta del glamour que ahora parece casi exigible. Pero es una foto cierta. Es verdad. Como es verdad ese risa confiada que ha sido la verdadera columna vertebral de este encuentro de gente que ya más de uno y de dos hemos definido como entrañable. Hemos tenido el valor de abrir una puerta y ahora tenemos el camino delante. Nadie sabe a donde va, pero caminamos. Eso es vivir.

¡Por la vida! (Y por compañías como estas, hay que decirlo.)

30 de julio de 2008

Desinterés


Te veo encajada en el ángulo que forma la pared y la amplia cristalera, la mirada perdida en lo que aparentemente ocurre ahí afuera. Una mano da vueltas paciente y melancólica al líquido humeante de una taza blanca e inmóvil. La otra sostiene el humo azulado que huye parsimonioso del cigarrillo y de cuando en vez viaja a tu boca impulsada por una especie de instinto, mientras el resto del cuerpo permanece paralizado, ajeno a esa parte activa.

Después sigues con la mirada a uno que ha entrado ahora y vuelves a la nada de afuera y adivino la corriente de sueños ahí dentro. O de pesadillas. O recuerdos. O tactos. O segundos. Te veo hoy, ahora, y te imagino ayer y antes de ayer. Y mañana y mucho tiempo más tarde, cuando ya no estés aquí. Quizás se quede ahí el rastro de tu presencia calmada y confortable. Y el olor irritante del tabaco rubio. Y el reflejo pálido y absoluto de la camisa blanca.

Te veo cobijada en el reverberar pacífico de la pared marfil ante el sol intruso, cuando los labios rodean suavemente la boquilla amarrillenta succionando apacibles la calma y liberan después volutas de agonías azules desterrando la remota ilusión del sosiego. Tienes los ojos negros y ardientes y ni siquiera tus pestañas multiplicadas hasta el infinito podrían disimular lo que arde dentro. Y arruguitas rebeldes en el vértice de los párpados y en el vértice de los labios. Y arrugas más severas en el fondo del cuello, donde el escote invita a seguir el curso de la piel oculta por la blancura cegadora.

Casi me sobresalto cuando la taza viaja hasta la boca y vierte dentro todo cuanto quedaba dentro, porque de pronto has vuelto a la vida y miras el reloj y descubres mi mirada curiosa y te recuestas en el respaldo de la silla sin dejar de mirarme y luego me abandonas, cruzas las largas piernas bajo la mesa y proteges el pecho con el antebrazo mientras el cigarrillo permanece en lo alto del otro, proclamando algo que no conozco y vuelves a la nada de afuera a por tus sueños o tus pesadillas. O proyectos, o penas, o distancias.

Tienes el cuerpo largo y leve, la piel clara . El pecho breve, la cintura exigua y las caderas en cambio amplias y generosas, aplastadas ahora por el peso de los pensamientos, sosegadasas y sinuosas como el meandro de un río en el verano. No sé que es la belleza pero no podría dejar de contemplarte ahora que tu desinterés me autoriza al disfrute. Es un placer mirarte. Lo será hasta que ya no te recuerde y tu desinterés no haya tenido la menor importancia.

Sin embargo percibo la herida que produce la indiferencia cuando pasas a mi lado y abordas la luz del exterior aspirando de nuevo el cigarrillo y emprendes el camino sin dudas, resuelta. Hay algo que proclama que he debido mirarte y no sabría decir por qué decidí no correr ese riesgo. Y ahora, con cada paso tuyo me brota una lástima, un escozor en las palmas de las manos y el aire me huye de los pulmones sin pedir permiso. Y esta gente se ríe y yo no sé de qué. Y me pregunto como será tu risa ya lejana. Y cuanto más desapareces más pesa la distancia que habita entre quien soy y quien podría haber sido. Ese otro yo que yo mismo he matado.

Aunque a ese ya lo conozco bastante, de ir con él a todas partes y soportar sus burlas y sus bromas pesadas. Y a ti no. Y ya no sabré si me habrías mirado decidida, con los ojos mostrando una fuerza de búfalo y la boca exhalando vigorosamente otra de esas volutas agónicas. O si habrías bajado la vista un segundo, y luego habrías vuelto a mirarme mientras yo decia no sé qué. Poco importa lo que se diga. Importa más que los ojos identifiquen con claridad un brillo que nadie notaría mientras deambulan por los contornos de los pómulos, la boca, el pelo que juega impertinente con la luz.

Importaría más que tú dijeras "me gusta pasear" y yo pagara mi pequeña deuda y te siguiera sin decir nada sobre las piedras silenciosas de las aceras, esperando oir algo que sólo podría salir de tus labios, porque yo hace tiempo que no sé qué decir. De hecho no sé qué hacer, o qué pensar, o a dónde ir, o qué lugar me conviene. Ni qué persona me conviene. En realidad me invade la fatalidad de pensar que soy yo quien no conviene a nadie y eso debe mostrarse muy claramente en algún rincón de mi rostro. Me preguntaría por qué tú no lo viste o quizás te interrogaría explícitamente. Y te sorprendería la pregunta. Pero sólo un segundo, porque en realidad tu rostro declara algo parecido. El contorno suave de tu cara dice "estoy", pero tus ojos denuncian una ausencia. Tu boca declara un "adiós" permanente que el humo del cigarrillo confirma, como si fuera su dueño absoluto y caprichoso. El único a quien prestas atención realmente.

Quizás hubiera podido llegar a mirarte al fondo de los ojos, y correr el riesgo de mirar con tanta calma que al final hubiera visto ese diminuto punto donde se enganchan los alientos de dos, sin remedio. Esa ventanita que sólo se abre por capricho de dos. Como un conjuro de ese aire y ese sol huidizo de la tarde, en ese preciso instante en que toda la confusión sacrílega de la ciudad calla sin darse cuenta, obedeciendo al efluvio invisible de la tierra fresca que yace bajo toneladas de hormigón insensible.

Y quizás habríamos tenido la suerte de volver a sufrir, traspasados los muros de las pieles y enredadas las almas en la sutil y efímera esperanza del día de mañana, la tarde de mañana, la noche de mañana.

El tiempo es un puñal que invita a la locura.
(Imagen encontrada en este blog: http://pensandoennada.blogspot.com/)

23 de julio de 2008

Solo

Estar solo es
hacerse esa pregunta
y
no tener
valor
para contestar.

16 de julio de 2008

Fragilidad



Quizás es esto lo que necesitamos. Un sol amable y cientos de miles de pequeñas vidas vegetales alrededor, acogedoras, incondicionales, calladas pero siempre presentes. Como un aviso de que somos grandes y quizás poderosos, pero terriblemente vulnerables. Otra cosa es que el aviso sirva de algo.

12 de julio de 2008

Lluvia



La luz se fue despacio, casi tímidamente, abandonando en la tierra algunos rayos extraviados que se agarraron a las paredes sucias y enseguida murieron sin despedirse. Quedó una tenue reverberación en el azul desvaído y desamparado del cielo, ahora casi oculto por un lienzo de algodones grises.

La ciudad se entregó a la caricia de un viento fresco que levantó puntitos de temblor en la piel, preparándose para el sueño o el insomnio. Los aullidos mecánicos cedieron en su continua batalla dando paso a rumores avergonzados y habituales. El paso de la gente se hizo lento y las miradas se levantaron del suelo acudiendo a las luces de neón que palpitaron buscando nueva vida. Los pájaros se disputaron el calor entre las ramas de los árboles, bajo los bancos o entre los gruesos cables del teléfono. Un olor a lluvia adivinada viajó entre las flores cansadas por el desfile de las horas.

Abrió la puerta del portal y contempló ensimismada los coches que recorrían la avenida, ya relajadamente, los hombres que levantaban el cuello de la chaqueta y las mujeres que cruzaban los brazos para aliviar el agravio del frío. Los tacones levantaron un repiqueteo familiar en las piedras del suelo a medida que el cuerpo avanzaba entre los reflejos urbanos, disimulados aún por las últimas llamaradas de un sol fugitivo.

La ciudad habló unos instantes en un lenguaje oscuro de cosas que se acaban, amedrentada por la proximidad de la tiniebla, temiendo algo oculto, no previsto. Cayeron las nubes un poco más, corriendo sobre las lomas de los alrededores, como un ejército de sombras practicando el silencio, siguiendo los contornos sinuosos del monte y el destino del viento. Las brasas pequeñas de los cigarrillos se hicieron presentes, aspiradas por bocas que apuraban el veneno para encontrar una calma lánguida y sólo aparente. Se encendieron las luces interiores de los autobuses revelando la obligada inmovilidad de los viajeros. Y poco a poco la tiniebla fue ganando la partida, hasta que ya las nubes y los montes se declararon temporalmente desaparecidos .

Caminó despacio buscando el silencio y el vacío. Llegaba un momento en que tanto ruido y tantas presencias parecían negar la propia vida, las cosas de una, los propios espacios, incluso los propios pensamientos. Las luces amarillentas de las farolas se fueron haciendo cargo de las pequeñas y acostumbradas agonías del día a día, y las más violentas de los escaparates esclavizaron los ojos una y otra vez, a medida que los pasos la alejaban de todas partes.

Una gota viajó bajo las nubes ocultas, acarició la piel brevemente y luego se perdió en la nada. Otras siguieron su camino, iniciando un juego inocente cuyo objetivo nadie conoció. Quizás quisieron encontrarse en el suelo común al final del camino. Al poco un tamborileo familiar se hizo con el entorno, sobre las marquesinas y las paradas de autobús, leve y reconfortante. Oprimió el pequeño botoncito negro y la tela del paraguas ascendió en el aire y coronó el espacio sobre su cabeza. Encima de la bóveda ligera se inició una melodía sin ritmo conocido, de notas opacas, breves, puntuales y quizás entrañables.


De pronto se vio en medio de aquel apacible lugar sin reconocerlo en absoluto. Años de estar en aquella colmena y no podía recordar un sólo instante en que hubiera estado allí o depositado la mirada sobre alguna de aquellas piedras lisas y perfectamente rectangulares del suelo. Repasó con la mirada los pequeños detalles de aquel rincón inopinadamente desconocido, mientras las gotas se atropellaban en su camino y morían pacíficamente sobre el suelo hasta componer un manto de agua donde la luz encontró el cobijo perfecto. Ni un solo sonido que apagara el canto incansable del agua. Ni una presencia que demostrara que no era la única mujer en el mundo. En todo el universo.

Pensó en un laberinto, pero no había puertas de entrada o salida, sino sólo luces, blancas, azules, púrpuras, amarillas, como testigos mudos de alguien que no quería demostrar su presencia. Un mundo vacío pero luminoso, alegre, aseado por aquel mar que en lugar de viajar en las olas descendía del cielo para lavar las almas. Anduvo unos pasos entre el rumor perdido de las gotas moribundas hasta llegar a un escaparate que había quedado a medio componer. Allí dejaron un maniquí desnudo con los brazos alzados en el aire y la mirada perdida en una súplica inútil.

Caminó protegida por las marquesinas sonriendo a aquellas promesas de felicidad textil multicolor y regresó de nuevo a la lluvia de pulso anárquico y ecos contagiados a las piedras y las magnolias. Se dejó abrazar por la luz descompuesta en mil partículas ligeras como un aliento. Escuchó cuidadosamente, casi con devoción, la dulce melodía del agua. Después tiró hacia abajo del mecanismo del paraguas y alzó el rostro hasta que sintió que corría libre por las mejillas y la frente, provocando un escalofrío que llamaba a la vida y bajaba por el cuello mojando la camisa hasta recalar codiciosa en el pecho tibio y acogedor.

Cuando abrió los ojos se encontró un peluche con la carita inocente aplastada contra el cristal. Una niña de pelo ensortijado la miró curiosa mordiéndose los dedos. En el piso contiguo un hombre ya mayor sonrió y la miró largamente sin avergonzarse. De repente se sintió rodeada de sonrisas extrañamente próximas tras aquellos castillos de cristal. Saludó al peluche de una manera deliberadamente infantil y la criatura siguió el movimiento de su mano, asombrada.

Después, poco a poco, aquella música licuada cesó. Alguien cerró una ventana. Pasó un hombre y miró hacia atrás con gesto impaciente. Después una mujer ensimismada con un increíble lote de libros bajo el brazo .Y luego un hombre joven arrastrando un viejo carrito de la compra que no paraba de quejarse del peso que tenía que soportar.

Tras aquel ruido volvieron poco a poco los rumores rutinarios de la calle. Los chasquidos de las puertas de los taxis. Las voces urgentes de los camareros. La queja de la persiana de un comercio que ponía fin a una jornada excesiva. Finalmente el aire se llenó otra vez de los mil ecos conocidos.

Un día, pasados muchos años, alguien le preguntó en una de aquellas comidas familiares cuál había sido el momento más feliz de su vida. Y el olor de aquellas piedras mojadas volvió a sus recuerdos. Como los mil fulgores del espejo del suelo. Su marido la miró arqueando una ceja, con uno de aquellos nietos imparables encajado entre las rodillas. Ella sonrió mientras todos la miraban con curiosidad. Y no dijo nada.

Gráfico por cortesía de Marian


Safe Creative #1001085275320

24 de junio de 2008

Galeg@s



Esto somos: piedras inconmovibles. Granitos redondeados por mil dias de lluvias y mil vientos gélidos y furiosos. Pinos que se atreven a crecer donde el alimento es un milagro, sobre los riscos, abocados siempre al precipicio y siempre buscando la luz. Rocas abiertas por las heladas inclementes y arbustos pequeños pero invencibles. Frutos de una sangre verde que, a falta de los mitos que a otros se les permiten, viven del pulso inmaculado del tiempo y del río que pasa invisible a los pies de las rocas, indiferente a cualquier contienda pero consciente de su eterna tarea.

Moriremos el día que el río detenga su marcha y las piedras abdiquen de su vigoroso silencio. No antes.



22 de junio de 2008

Mondoñedo


Tierra de silencio y de melancolía al decir de algunos. Y escenario de trágicas historias pocas veces contadas, porque ya se sabe que la historia la escribe el vencedor y suelen olvidársele los pasajes desagradables.

En ese plaza y ante esa catedral dicen que rodó la cabeza del mariscal Pardo de Cela, rebelde a los católicos monarcas, gritando "¡Credo!" según algunas fuentes y "¡Clero!" según otras. A las puertas de la ciudad esperaba su amada, portadora del perdón de los imperiales y entretenida por los secuaces del obispo, mientras el religioso apremiaba la ejecución de la sentencia.



12 de junio de 2008

Vuelo

Desde los apenas dos metros en que nos sitúa la vista es imposible ver algunas cosas. Uno diría que son pequeñas cosas hasta que se sitúa en un vuelo más bajo, casi siempre a costa de la pulcritud de la vestimenta. Pero vale la pena. Aunque sólo sea por combatir la ceguera.

8 de junio de 2008

El Pozo

ElPozo

Lo recuerdo. Un pozo amplio como un cuerpo concentrado en la boca, dilatado y oscuro en su camino hacia los misterios de abajo. Hasta que el sol recorría su sendero azul habitual y uno podía ya ver su propio reflejo allá en el fondo, entre las aguas quietas.


Un espacio mágico del que recomendaban apartarse porque la magia y el peligro suelen tener que ver. Aunque una vez asomada la cabeza al círculo de piedra y envuelta la mirada en las paredes redondas invadidas por el silencio y el palpitar del agua, ya el peligro no contaba.


El espejo del agua iluminaba entonces los muros admitiendo que la vida es posible en la penumbra y la quietud inmutable del fluido atrapado entre las piedras y las tinieblas. Hasta que uno sucumbía a la tentación de romper la monotonía de aquel no pasar nunca nada con algún pequeño guijarro que hacía brotar ondas en el lecho dormido del fondo y los ecos llegaban a los oídos como un murmullo de seres diminutos ocultos entre las piedras y las hierbas, y mil destellos bailaban en el aire frío y sorprendido.


Hay algo infinitamente hermoso en el silencio y la quietud. Algo que niega la angustia y afirma la verdad en su vulnerable universo. Algo que sitúa la respiración en otro mundo donde el aire se vive al tiempo que se respira. Algo que nos traslada a esa otra habitación donde no hay que cerrar la puerta para protegerse de nada.


La pena es no disponer de un par de alas que nos sitúen en ese mágico escenario a voluntad, siempre que el aliento delata un estertor agotado por la falta de calma. O poder reclamar a aquel ser mágico que llenaba las horas infantiles y transformaba todo en un misterio al alcance de la mano.


La pena es ser quien somos y no el proyecto divino fracasado.


Resistimos confiados a un sueño que promete recuperar más sueños y soñar más vidas hasta que ya la vida no puede soñarse por más tiempo.


Se me quedó la imagen del vientre blanquecino de una culebra larga atrapada en el señuelo ingenuo de una taza blanca llena de leche blanca. Y el cesto que la izó fuera del pozo donde fue sacrificada sin que nadie diera ninguna explicación.


Mi pozo está a mi lado en una vieja foto, sencillo y austero, apenas acompañado de los tres palos que sujetaban aquella roldana cantarina. Y aquella casa existe. Sigue allí después de que los grandes plátanos sucumbieran a lo que los hombres llaman conveniencia. Y no sé si mi pozo sigue allí todavía. Pero ya me es igual, porque no puedo verlo. Ni vivirlo asomado al círculo y al triángulo que lejos de vigilar mi debilidad, como hacía aquel otro en los viejos libros de texto, me procuraba alivio para la sed bajo la simple condición del esfuerzo.

28 de mayo de 2008

Piel

No entiendo como he llegado aquí, ni que extraños caminos he tomado para sentir que hay algo bien adentro que puede más que yo. Que en la piel se ha instalado una fuerza convertida en luces y penumbras que hacen de lo común un mundo irrepetible y diáfano preñado de estrellas y promesas.

El reloj ha detenido su súplica y afuera no ocurre nada. Afuera es ningún sitio y aquí vive el espacio todo, teñido de un lamento febril interminable, palpitando en el aire como parte de un tiempo naufragado, entregado a la nada y promovido a centro de todas las preguntas que no quieren respuestas.

Vivo inmerso en un tul que abriga las paredes
y entrega un dulce manto de alientos que me amparan.
Las manos siguen rutas marcadas por la luna
en las noches insonmes escritas con los dedos
recorren mil caminos sin miedo de perderse
y descubren caballos galopando en las brumas.

Ya los ojos no saben qué sol han de seguir
o que tiniebla triste habitaba hace un tiempo,
o si acaso habrá muerto la negra voz del sueño
en las alas que ascienden desde miles de puertas
abiertas por un duende que hasta ahora me odiaba.

Y si quiero saber ya no he de preguntarme
sino sólo esperar y brindarme sin miedo,
convertido en el cáliz que busca tierna lluvia
Y si busco un destino me encuentro aprisionado
entre dulces paredes y asciendo leve al árbol
de las frutas que liban libélulas doradas .

De las valles me nacen azahares de sueños
y en las cumbres florecen montañas sonrosadas.
En el vértice mismo del vientre palpitante
Nacen luces de auroras y flores de otros mundos

Ni un pájaro que anuncie la venida del viento
ni un silbido en el aire que me envíe el destino.
Tan próxima la cierta textura que te envuelve,
la recorro entre sueños suspirando un silencio
y después me descubro el mar entre los labios
y lo bebo febril y te quiero cautiva

Y me sé por tenerte

también tu prisionero

y más vale que nunca

vengan a liberarme.

25 de mayo de 2008

Calma


Nido de piedra sin puertas ni ventanas
céfiro errante, palidez en el rostro
Árbol desnudo, imagen en el agua
Risa de patos, inocencia del tiempo

A lo lejos la garza
Traza un sueño en el aire
Pido un deseo
Pero no quiero nada

22 de mayo de 2008

Difusa

A la espera de la comida en un rinconcito junto a las escaleras hasta que me fijo en esa tela que tamiza el espacio hurtando la profundidad del bar en penumbras.

15 de mayo de 2008

Paradoja del refugio

Refugio2

Te hicieron daño.

Pisotearon tu manto de poesía armados con la fuerza de su propio vacío aterrador.

Arrasaron tu campo de amapolas como una turba de borrachos.

Entonces levantaste un muro para que no te lastimaran de nuevo.

Ya nadie te encontró.

Ni siquiera quienes querían ayudarte.

Y la tragedia se consumó en tu mundo silente y solitario.

En tu propio refugio.

13 de mayo de 2008

Invitada


Con el zoom a tope, la escasísima luz y el mal pulso que tengo... se puede decir que es un milagro.

11 de mayo de 2008

Una verdad elemental



P.D.- Yo, que me creo el gubernamental más perseguido de España y Portugal, tan injustamente, y que tanto sufrí, casi siempre con gran entereza, perdono a todos esos desgraciados que tantos crímenes cometieron con la palabra de Cristo en los labios. Cristo no manda matar y mucho menos a inocentes. Creo que lo han hecho por cobardía, pues también yo he sacado en consecuencia entre el grupo de mis hombre, que me adoraban, que los más cobardes eran también los más asesinos.



Yo siempre les aconsejé que no mataran cobardemente a nadie, que no robaran, que pidieran a los más ricos. Cuando tan injustamente predieron a mi compañera (una de las tres veces que lo hicieron) habíamos acordado
unos treinta y tantos hombres vengarnos y hacer una que fuese sonada en el mundo. Iba a ser dentro de la iglesia de Ponteareas, un domingo a la hora más concurrida.

Ello demuestra que no es de extrañar que muchos compañeros del lugar, allí donde hubo lucha, cuando les mataron a sus seres más queridos (pues los primeros en hacerlo fueron los sublevados, según un plan convenido) se volviesen verdaderas fieras, como así fue. Esto me reafirma en el caballo de batalla de toda mi vida: que mientras no exista la justicia social no puede haber orden, pues esto saca de quicio al ser más bueno.


Fragmento de "Memoria dun fuxido". Victor F. Freixanes. Ed. Xerais de Galicia. SA.

1 de mayo de 2008

Lo de siempre

Estrada

Todo es parecido a como era ayer. Y antes de ayer. Y el mes pasado. Algunos árboles no han tenido tiempo de vestirse otra vez y eso es todo lo que puede pensarse como nuevo. Llevan meses pasando frío. Dentro del coche se reproducen las conversaciones de casi todos los días y la carretera, abandonada por todos ya hace ciento cincuenta años, nos guía por las mismas vueltas y revueltas que en otro tiempo recorrían los carros de vacas, con aquel quejido lastimero que se aliviaba con un poco de jabón Lagarto humedecido.

Al pueblo le han ido creciendo los defectos con el tiempo. El ruido, el desorden, la falta de espacios, la falta de luz... Lo de siempre. Me despido de los colegas y después de un par de sobresaltos en los pasos de cebra respectivos, consigo llegar a casa, donde sigo el ritual que me resulta cómodo. Si me pagaran por ello no colgaría la ropa fuera del sitio acostumbrado. Si cuelgo el bolso del revés enseguida me doy cuenta de que algo queda mal, así que le doy la vuelta como si fuera algo importante y enfilo el cuarto de baño.

Hace un tiempo que intento convencerme de la necesidad de no hacer nada en algún momento. Y no lo consigo. No sé por qué hay que aprovechar el tiempo de esta manera casi obsesiva. Pero el hecho es que me acomodo en la taza del váter con un libro en la mano después de instalar las gafas sobre la nariz. Suso (de Toro) siempre hace nacer una sonrisa. Eso es una novedad. "A posteridade é un invento dos que viven despois". Por si tuviera alguna veleidad de escritorzuelo venido a más por alguna que otra palabra amable, se me recuerda que la posteridad la viven los que no se han muerto y al creador no se le reserva ni un pedacito de pastel. Se agradece.

Con suerte tendré la oportunidad de endulzar la jornada con alguna cibernética presencia que uno desearía siempre más real pero tampoco es cuestión de quejarse porque esto también es una agradable novedad. Tiempos hubo en que el tener noticias de alguien exigía de su presencia física o de que el azar tuviera a bien dejar llegar una humilde carta que solía pasar más de cuatro vicisitudes. Pero cuando la manecilla larga del reloj roza el seis en el fondo de la esfera la obligación llama de nuevo a la puerta. Hora de ir a ver a mami.

Nuevo sobresalto en el paso de cebra de abajo, el viento que empuja la lluvia contra la camisa mal abrochada y otro artilugio mecánico que hay que poner en marcha para seguir con el ritual. Y más semáforos, ruido, impaciencia, falta de civismo... Antes de superar el último obstáculo tricolor que sólo muestra el rojo cuando llevo prisa escucho las mismas protestas de siempre del que vive conmigo, dentro de la piel. "A ver qué hace este ahora..."

Apenas son cinco kilómetros. Pero no te aburres nunca. Esto también es rutina. Badenes colocados por sorpresa, rotondas en medio del desierto, controles policiales casi en el monte, ciclistas que se creen indestructibles, dos que se comentan el resultado del Getafe con los coches parados en medio del asfalto ... Lo de siempre.

Antes de ver a mami hay que atravesar otro paso de cebra. Aquí nunca han intentado asesinarme pero todo se andará. Saludo en recepción y vuelvo a hacerlo después camino del ascensor. Este tipo es feliz. Su ocupación esencial consiste en tamborilear con los dedos sobre los brazos de la butaca. Eso demuestra que está contento. Qué suerte. Bingo el Miércoles a las 20:00. Mentira cochina. Empezarán a y cuarto como mínimo. La impuntualidad también es costumbre. Me pregunto por qué ponen el anuncio en el ascensor. Pues porque por aquí pasa todo kiske, chaval. Lógico.

Tercera planta. Salgo del claustrofóbico ascensor y enfilo el pasillo. Sé que es lógico encontrarles siempre sentados pero algunos duermen más de lo aconsejable. Mientras consumo la distancia me fijo en esa señora. Hace días que me fijé en ella, seguramente porque se parece a mi tía. Es clavadita a ella, pero más triste. Luce un buen aspecto pero se le ha detenido la mirada unos metros más allá y también se le ha hecho una costumbre. Mami ha dejado de cerrar la puerta con llave porque la han cambiado de planta y aquí ya nadie se le cuela en la habitación. Vuelve a ver la tele. En otras circunstancias diría que pierde el tiempo, pero en su caso creo que es una buena idea.

No hay novedad. Ha dormido bien y ha comido bien. Y está absorbida por sus lanas y su hacer y deshacer y aprovechar y repasar y ... Sería más interesante leer a Benedetti pero nunca le ha gustado leer. Le he colocado una persianilla veneciana que andaba perdida por ahí porque la mujer andaba molesta con el sol . Sé que es increíble pero resultó tener las medidas justas. Y está como unas pascuas. La vecina le ha dicho que le ha quedado preciosa. Charlamos un ratillo hasta que por la puerta se cuela el mensaje acostumbrado de las ocho de la tarde, más o menos. "Señoras y señores residentes, pueden pasar al comedor".

La verdad es que mi progenitora se menea mejor que bien para los ochenta tacos que lleva encima. Su objetivo es llegar abajo antes de que se acomoden del todo, porque eso supone tener que escurrirse entre los escasos espacios que dejan las sillas. Hoy no podrá ser. Bajamos seis almas en el ascensor para llevarle la contraria al letrerito que lo prohíbe y una vez abajo nos despedimos con un par de besos apresurados. Y la condenada que echa a correr como si la cena fuera a escaparse. He desistido de corregir esas manías. Es inútil. Camino de vuelta sorprendo una sensación alegre en el aire. Como si esta luz de primavera a punto de nacer iluminara esa parte juvenil que aún vive dentro. Ya que el coche es el de todos los días y el conductor también, he decidido que al menos el camino de hoy no lo será.

Miro a mi pueblo mientras lo dejo a un lado, perdido en una pequeña llanura entre montes. Ha crecido mucho y mal. Hacia arriba. Tiene los defectos de las ciudades y muy pocas de sus virtudes. "Corre que xa pararás....". Tenía que decírselo. ¿Será que me molesta que corra más que yo? Es igual, lo mio ahora es ver desfilar el espacio entre estas lineas blancas que no dejan de seguirme. Vilanova, Rubiá, A Veiga de Cascallá, Biobra, Covas... y después estos pueblitos del Bierzo, Paradela, Requejo... Esta es mi parada. Justo enfrente unas pocas casitas se dan calor como en un cuento. Jamás paso ante ellas sin regalarles una mirada aunque no sé muy bien por qué. Quizás quieran quedarse a vivir en este cachibache donde a veces consigo guardar los juegos caprichosos de la luz y las sombras.

El camino cruza la vía férrea y serpentea entre viejos castaños hasta llegar a un claro frente al río donde se han dispuesto mesas y acomodos para disfrutar del baño en el verano. No veo mis casitas hasta que me asomo a la endeble pasarela. Por si inquietara poco el ver el agua por entre las maderas maltratadas por la lluvia y el sol ahí abajo, y los cables oxidados sujetando el conjunto de vigas, tuercas y remaches , alguien haPeligro colocado una señal de tráfico en lo alto de una de las columnas metálicas. Triangular y con un borde rojo. Dentro del triángulo se adivina el contorno de un crío con una tonelada de cultura a la espalda y una compañera del otro sexo, porque es más pequeñita. En la carretera entendería que hay un colegio cerca. Aquí puede que sean los críos el peligro, vete tú a saber. O la endeble pasarela, si. Debe ser eso. Y si es un peligro ¿por qué no la han cerrado? A ver si es verdad que el peligro son los chavalillos...

Es curioso que las casitas no se dejan encerrar en mi cajita mágica. Desde allá lejos parecen casi salidas de un cuento, apretaditas unas contra otras, con una tímida columna de humo abandonando el cálido rincón de la cocina. Y aquí, a dos pasos, se han vuelto invisibles. Como en la vida, a veces la distancia es imprescindible para poder hacerse una idea clara de las cosas.

Pues si no se dejan encerrar será por algo. Podría pensar que ha sido tiempo perdido. Pero no. Hoy no ha sido un día igual que los demás. Incluso puede que de estos poquitos recuerdos nazcan unas letras que ayuden a distinguir estos momentos de otros aparentemente iguales.