Ellos han alzado la voz sin contemplaciones, han reído y hablado lo suficiente como para prohibir durante unas horas el silencio. La pareja ha conversado en voz baja, repasado con la vista las maderas recias y oscuras y observado con un asomo de censura en la mirada las demostraciones de una de las jóvenes, mientras ésta golpeaba la mesa con las manos haciendo patentes los efectos del alcohol.
Ha cesado repentinamente en sus demostraciones. De hecho ha permanecido en silencio hasta que han abandonado el comedor. Apenas se ha permitido un escueto "disculpen" cuando ha pasado al lado de la pareja. Una rubia bien vestida y de voz chillona que se ha incorporado al grupo más tarde ha acaparado de forma definitiva el espacio que ella ocupaba hasta ese momento. Una reina destronada cuya historia no conoceremos.
La pareja ha abandonado el local poco después. Han estado un rato esparciendo los ecos de su conversación en voz baja. Parecían disfrutar de una felicidad humilde, basada en las miradas, las sonrisas y el tacto de las manos, que han concretado en más de una ocasión. El reducido recinto ha agradecido la restauración del silencio de sus voces bajas y reposadas.
Nada de eso quedará aquí. Pero yo, el tipo de la cámara, he decidido quedarme con un recuerdo. E interpretado como una señal el hecho de que esta lámpara está justo a la altura de la vista. Rodeada de tonos imprevistos y accesible como una cereza en un camino absolutamente abandonado.
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