12 de julio de 2008

Lluvia



La luz se fue despacio, casi tímidamente, abandonando en la tierra algunos rayos extraviados que se agarraron a las paredes sucias y enseguida murieron sin despedirse. Quedó una tenue reverberación en el azul desvaído y desamparado del cielo, ahora casi oculto por un lienzo de algodones grises.

La ciudad se entregó a la caricia de un viento fresco que levantó puntitos de temblor en la piel, preparándose para el sueño o el insomnio. Los aullidos mecánicos cedieron en su continua batalla dando paso a rumores avergonzados y habituales. El paso de la gente se hizo lento y las miradas se levantaron del suelo acudiendo a las luces de neón que palpitaron buscando nueva vida. Los pájaros se disputaron el calor entre las ramas de los árboles, bajo los bancos o entre los gruesos cables del teléfono. Un olor a lluvia adivinada viajó entre las flores cansadas por el desfile de las horas.

Abrió la puerta del portal y contempló ensimismada los coches que recorrían la avenida, ya relajadamente, los hombres que levantaban el cuello de la chaqueta y las mujeres que cruzaban los brazos para aliviar el agravio del frío. Los tacones levantaron un repiqueteo familiar en las piedras del suelo a medida que el cuerpo avanzaba entre los reflejos urbanos, disimulados aún por las últimas llamaradas de un sol fugitivo.

La ciudad habló unos instantes en un lenguaje oscuro de cosas que se acaban, amedrentada por la proximidad de la tiniebla, temiendo algo oculto, no previsto. Cayeron las nubes un poco más, corriendo sobre las lomas de los alrededores, como un ejército de sombras practicando el silencio, siguiendo los contornos sinuosos del monte y el destino del viento. Las brasas pequeñas de los cigarrillos se hicieron presentes, aspiradas por bocas que apuraban el veneno para encontrar una calma lánguida y sólo aparente. Se encendieron las luces interiores de los autobuses revelando la obligada inmovilidad de los viajeros. Y poco a poco la tiniebla fue ganando la partida, hasta que ya las nubes y los montes se declararon temporalmente desaparecidos .

Caminó despacio buscando el silencio y el vacío. Llegaba un momento en que tanto ruido y tantas presencias parecían negar la propia vida, las cosas de una, los propios espacios, incluso los propios pensamientos. Las luces amarillentas de las farolas se fueron haciendo cargo de las pequeñas y acostumbradas agonías del día a día, y las más violentas de los escaparates esclavizaron los ojos una y otra vez, a medida que los pasos la alejaban de todas partes.

Una gota viajó bajo las nubes ocultas, acarició la piel brevemente y luego se perdió en la nada. Otras siguieron su camino, iniciando un juego inocente cuyo objetivo nadie conoció. Quizás quisieron encontrarse en el suelo común al final del camino. Al poco un tamborileo familiar se hizo con el entorno, sobre las marquesinas y las paradas de autobús, leve y reconfortante. Oprimió el pequeño botoncito negro y la tela del paraguas ascendió en el aire y coronó el espacio sobre su cabeza. Encima de la bóveda ligera se inició una melodía sin ritmo conocido, de notas opacas, breves, puntuales y quizás entrañables.


De pronto se vio en medio de aquel apacible lugar sin reconocerlo en absoluto. Años de estar en aquella colmena y no podía recordar un sólo instante en que hubiera estado allí o depositado la mirada sobre alguna de aquellas piedras lisas y perfectamente rectangulares del suelo. Repasó con la mirada los pequeños detalles de aquel rincón inopinadamente desconocido, mientras las gotas se atropellaban en su camino y morían pacíficamente sobre el suelo hasta componer un manto de agua donde la luz encontró el cobijo perfecto. Ni un solo sonido que apagara el canto incansable del agua. Ni una presencia que demostrara que no era la única mujer en el mundo. En todo el universo.

Pensó en un laberinto, pero no había puertas de entrada o salida, sino sólo luces, blancas, azules, púrpuras, amarillas, como testigos mudos de alguien que no quería demostrar su presencia. Un mundo vacío pero luminoso, alegre, aseado por aquel mar que en lugar de viajar en las olas descendía del cielo para lavar las almas. Anduvo unos pasos entre el rumor perdido de las gotas moribundas hasta llegar a un escaparate que había quedado a medio componer. Allí dejaron un maniquí desnudo con los brazos alzados en el aire y la mirada perdida en una súplica inútil.

Caminó protegida por las marquesinas sonriendo a aquellas promesas de felicidad textil multicolor y regresó de nuevo a la lluvia de pulso anárquico y ecos contagiados a las piedras y las magnolias. Se dejó abrazar por la luz descompuesta en mil partículas ligeras como un aliento. Escuchó cuidadosamente, casi con devoción, la dulce melodía del agua. Después tiró hacia abajo del mecanismo del paraguas y alzó el rostro hasta que sintió que corría libre por las mejillas y la frente, provocando un escalofrío que llamaba a la vida y bajaba por el cuello mojando la camisa hasta recalar codiciosa en el pecho tibio y acogedor.

Cuando abrió los ojos se encontró un peluche con la carita inocente aplastada contra el cristal. Una niña de pelo ensortijado la miró curiosa mordiéndose los dedos. En el piso contiguo un hombre ya mayor sonrió y la miró largamente sin avergonzarse. De repente se sintió rodeada de sonrisas extrañamente próximas tras aquellos castillos de cristal. Saludó al peluche de una manera deliberadamente infantil y la criatura siguió el movimiento de su mano, asombrada.

Después, poco a poco, aquella música licuada cesó. Alguien cerró una ventana. Pasó un hombre y miró hacia atrás con gesto impaciente. Después una mujer ensimismada con un increíble lote de libros bajo el brazo .Y luego un hombre joven arrastrando un viejo carrito de la compra que no paraba de quejarse del peso que tenía que soportar.

Tras aquel ruido volvieron poco a poco los rumores rutinarios de la calle. Los chasquidos de las puertas de los taxis. Las voces urgentes de los camareros. La queja de la persiana de un comercio que ponía fin a una jornada excesiva. Finalmente el aire se llenó otra vez de los mil ecos conocidos.

Un día, pasados muchos años, alguien le preguntó en una de aquellas comidas familiares cuál había sido el momento más feliz de su vida. Y el olor de aquellas piedras mojadas volvió a sus recuerdos. Como los mil fulgores del espejo del suelo. Su marido la miró arqueando una ceja, con uno de aquellos nietos imparables encajado entre las rodillas. Ella sonrió mientras todos la miraban con curiosidad. Y no dijo nada.

Gráfico por cortesía de Marian


Safe Creative #1001085275320

11 comentarios:

Fauve, la petite sauvage dijo...

Cómo me engancha leerte. A mí, que me ponen nerviosa las descripciones, que me estresa la lentitud. Pero tú transmites tanta calma, y relatas tan bien los momentos que todos hemos vivido, o al menos yo, que me siento a mí misma dentro del relato, personalizo y todo, y me recreo y me entra paz y armonía, siento esas veces en que desaparece el tiempo y el espacio y todo cobra otra dimensión, se entra en otro plano, y todo eso por tu manera de escribir, peazo-artista.
Un relato genial, magistral, magnífico; bordado, maestro. Gracias.
Y gracias también a Marián por el preciosísimo cuadro, y tan bien traído, por cierto.

Fauve, la petite sauvage dijo...

Por cierto, una vez sentí algo así, como decían "Nacha Pop", aquél grupillo en su excelente canción "Una décima de segundo": paralelas vienen siguiéndome, espacio y tiempo juegan al ajedrez... mezclado con lo que relatas, y fue en un sitio de Lugo, justo detrás del ayuntamiento, que sería la esquina que aparece en el cuadro, de ser Lugo el cuadro, porque es igualita a esa plaza...
¡Soy yo!
XDDDD Esto de personalizar me va a traer problemas de paranoias, lo veo venir... Menos mal que me río de mi sombra, pero no creo que sea momento de risas, sino de alucinación alegre y feliz ante el descubrimiento de esos pensamientos íntimos y profundos en el fondo de uno mismo que tú traes tan bien.

ababoll dijo...

Como siempre ...genial.
Un día tendría mos que unir tu maraton con mi sprint.
Quizá hasta salía algo decente.

Maga Blanca dijo...

Genial el gráfico (entreteje su propia historia a la mirada del espectador, y se entreteje como las gotas de lluvia al buen texto que nos ofreces).
Tu relato me envuelve en la magia en que la mujer decide vivir a plenitud el momento y se vuelve parte del paisaje lluvioso, donde sólo corre agua y vida... hasta que el malhumor de los sobrevivientes al lapso de refigio salen de la nada a dar contuinidad a la rutina.
No sé, amigo, pero creo que tu texto es suficiente hasta el penúltimo párrafo. Es más sugerente si le quitas el último párrafo y esta línea del penúltimo: "y allí murió aquel misterioso momento".
"El aire se llenó otra vez de los mil ecos conocidos" es un buen final, lo demás que lo deduzca el lector :)

Xocas dijo...

Encantado de tener por fín una crítica!! Gracias, Eli. Pero la discutiré, ;)))

De acuerdo en cuanto al "y allí murió...". Es redundante.

Sin embargo el último párrafo no lo es, a mi juicio. Está ahí para decir que esos mágicos momentos pueden convertirse en referencias absolutas e inexplicables en una vida. Tanto como un aniversario de un gran amor, o la desaparición de un ser querido. Si se quedan es porque son importantes en ese nivel individual no compartido. Son parte de tí y no de los demás. De ahí el silencio de esta mujer.

Siempre recordaré un momento de lluvia en un cierto día en que volvía de clase siendo joven. El contexto era bien distinto, y mucho más rutinario. Pero se quedó ahí, bien grabado. Jamás se me olvida. No sabré nunca por qué, pero se quedó aquí conmigo. Y sólo conmigo. Para mí, explicitar esa circunstancia es incluso más importante que recrear el momento.

Gracias de nuevo, querida amiga.

Quino

Paloma dijo...

Te he encontrado especialmente poético en esta descripción de momentos y sentimientos, de colores y sonidos, de pensamientos y sensaciones.

Considero que no tengo tantos conocimientos como para hacer críticas pero ya que magablanca ha sacado dos puntos a la palestra y, con tu permiso, Quino, me permito opinar sobre los mismas.

He tenido oportunidad de comparar en este momento el primer texto y el de ahora. Estoy de acuerdo en que " y allí murió..." sobra pero no me parece que sea una redundancia sino más bien un corte demasiado rotundo en un momento en que nuestra protagonista va regresando a la consciencia de la realidad que la rodea de forma suave y paulatina, como despertando de un sueño soñado con mucho disfrute, como desperezándose.

Comparto con magablanca que la magia termina en ese punto en que esos mil ecos conocidos se abren camino en su consciencia... pero tu objetivo no era ése sino el que ahora has explicado. Sin la explicación yo también lo hubiera pensado... jajaja... aunque no del todo, me gusta ese olor de piedras mojadas que de pronto la abrazó.

Ejem... mis disculpas a los dos, soy una simple lectora.

Y enhorabuena, Quino. Es magnífico.

Biquiños

PD... lo del "gráfico" me despistaba. Me he vuelto loca buscándolo... jaja... Es el cuadro. ¿Lo ha pintado Marian? Es pre-cio-so :):)

Fauve, la petite sauvage dijo...

Todas alabándote y contestas a la que te critica, ajajajajjaj, qué bueno y qué lógico: ¡mira que te va la caña! XDDD

Pues yo, aunque también me gustaría criticarte (grrrrr) no puedo hacerlo, porque aparte de parecerme magnífico el cuadro y el relato, en cuanto a su estructura (como simple lectora, como dice Paloma, y no tengo ni idea si en su caso es cierto o no pero en el mío, totalmente) me parece perfecta: primero te recreas con una descripción de un estado de ánimo que creemos -los lectores- que está pasando en un tiempo reciente; después vemos que ese pasado es más pasado de lo que pensábamos y, por último, la sorpresa final: el secreto no es desvelado, se guarda en su tesoro donde muere... (sí, sí que va que muera) y nosotros asistimos a todo ello como mirando por una mirilla...
Me gustan los finales abiertos, pero a veces, algunas veces, son motivo de no saber cerrarlos... y tú lo has hecho a la perfección.
Sí, me parece perfecto.
¡Saludos!

Fauve, la petite sauvage dijo...

Ah, y tienes, si te interesa, un regalito en mi blog; puedes pasar a recogerlo cuando quieras, espero que te guste... aunque no sea ninguna crítica XDDDDD

Arturo Herrera dijo...

Quino, amigo...
Sin ánimo de crítica sólo agradecerte este momento de sentimientos encontrados.
Parecería amigo que en las comidas familiares ronda siempre la pregunta de la felicidad, a veces instantánea, a veces rememorada por las sensaciones, a veces sólo una.

Un abrazo

Ruy Alfonso Franco dijo...

Nací por accidente en una ciudad donde la lluvia es una constante y ahora que vivo por accidente en un puerto donde la lluvia es un ausente perpetuo, cuando huelo la tierra mojada después de un torrente inesperado, es como regresar de golpe a esos días de tardes acuosas y feliz recuerdo.

Tu relato lleva esa carga memorística tan profunda, que tu personaje se sumerje como pocas veces en su recuerdo de lluvia fresca.

Xocas, efectivo en las letras como en las imágenes. Otro abrazo admirado.

Ruy Alfonso Franco dijo...

Que curioso, he leído los comentarios después que he escrito el mío y mientras leía el relato me preguntaba ¿y?, pero no fue hasta el último párrafo que tuvo sentido el cuento, por la fuerza del recuerdo en un personaje que vibra ante él. Entonces todo embonó mágicamente.

Así que percibo que a Maguita Blanca no le apetece la lluvia,jejeje (debes estar hasta el gorro de ella).

Como sea, brazos amigos.