14 de agosto de 2015

Perplejidad


La pescadera no le dirigió la palabra. Se dijo que siempre había sido un poco extraña. En la carnicería se encontró con una amabilidad como forzada, y pensó que tenían más tarea de la que podían atender.
La rubia de la caja central la saludó como si le resultara simpática, empaquetó todo con una rapidez inusitada y hasta le deseó un feliz día. Le dio las gracias y se notó la voz extraña. Será el frío, pensó.
Afuera la esperaba el tipo fortachón que hacía guardia cada día con la mano extendida. Contra su costumbre, metió la suya en el bolsillo, extrajo las monedas pequeñas y se las entregó examinando discretamente su expresión cautelosa.
Cuando llegó al portal, al levantar la vista, justo después de extraer las llaves, la bolsa se precipitó al suelo con un ruído sordo y la mano quedó suspendida en el aire como si alguien hubiera detenido el paso de las horas.
La puerta se abrió de nuevo, súbitamente, dando paso a Celia, la del quinto, que observó un instante las mercaderías naufragadas en la acera y se alejó enseguida como temerosa, sin saludarla.

Y mientras la puerta se cerraba lentamente, centímetro a centímetro, confirmó su aterradora impresión de un instante atrás. El cristal reflejaba la imagen perpleja de una perfecta desconocida.

(Imagen: Dafne, de Apolo y Dafne - Barnini)