16 de marzo de 2012

Recortes


¿Cuánto valen estas tonterías?


 ¿Y estas?



Al final habrá cortes en lugar de recortes. Justo a esa cierta altura. Y es que no escarmentáis, cojones...

2 de marzo de 2012

Coimbra

Uno no sabe bien qué será eso que hace que las cosas o las personas resulten diferentes. O los lugares. Pasamos por los sitios cientos, miles de veces, con mejor o peor fortuna, y por lo que sea, los hay que dejan un cierto registro, no sé si melancólico o sencillamente destinado a ser revivido pasado un tiempo.

Ya había pasado por aquí en otra ocasión, casi puede decirse que huyendo de Lisboa en un momento en que el ambiente allí no era muy agradable. Llegar a las riberas del Mondego y contemplar a una muchacha leyendo un libro, apoyada en una farola, consiguió reconciliarme con el mundo y esa sensación se ha quedado prendida en algún rincón de la memoria.


Reconocí el malecón. La farola en la que se recostaba aquella muchacha, era una de estas. Coimbra es un lugar sencillo, pero con sus secretos, como toda ciudad que se precie. Una ciudad que exige sudores y entrega detalles de esos que parecen pequeños, pero que se quedan rondando en la imaginación. Amabilidad en la gente que se gana la vida sirviendo mesas, por ejemplo, no exenta de un toque de distinción que no se encuentra en todas partes. Amor a la profesión, dirían algunos, y un saber estar que no tiene nada que ver con categorías o protocolos.

Que la cosa vaya mejor que bien, suele depender de detalles un tanto misteriosos, como el hecho de que alguien (cómo mola, Tata...) conozca algún local que te devuelve a un espacio atemporal donde las cosas ocurren de otra manera, por más que el Porto sea siempre Porto y no todos los camareros sean siempre tan especiales.


El local se llama A Diligência, y es uno de esos que se suelen llamar bares de fados, aunque se canta de todo y bien está que así sea. Lo que no es frecuente es encontrar gente que cante tan bien. Porque no se trata de un escenario y muchas luces alrededor. Se canta directamente desde las mesas y sin más miramientos que una pequeña explicación de lo que se espera de la concurrencia en términos de colaboración y buen rollito para con los artistas. Mientras se canta, el local pernanece casi en la penumbra y hay que decir que se agradece.


El tener alguien cantando a tu lado tiene algo de especial. Pero es  mucho más especial ser testidos de la pasión con que esta gente canta, sin trucos y sin ánimo de enriquecerse. Es puro amor por lo que a uno le gusta y muchas ganas de contagiárselo a los demás. Y ahí es donde la cosa funciona. Al poquito, la gente de Santander o Cadiz, canta en portugués como si tal cosa, y los de la vieja Galicia no necesitamos más que reconocer las viejas canciones de Zeca Afonso para comulgar sin necesidad de hostias. Esto sí que es comunión, chaval... 


Antes de marchar, subo Quebra Costas una vez más. La calle tiene el nombre adecuado, porque al llegar arriba, a la Universidad, es obligado comprobar que la espalda y los riñones siguen en su sitio. Pero se llega. El Jardim Botánico no cae lejos. Hay pocas flores, porque sencillamente aún no toca. Toda una familia asentada sobre las fastuosas raíces de un Ficus Macrophilla con un contorno de muchos metros y el aspecto de haber visto correr la vida a su lado durante siglos. Estudiantes que transitan por entre los árboles gigantescos, huyendo del ruido de las calles y una sensación de calma que en los tiempos que corren resulta sorprendente.


Antes de marchar, subo Quebra Costas una vez más. La calle tiene el nombre adecuado, porque al llegar arriba, a la Universidad, es obligado comprobar que la espalda y los riñones siguen en su sitio. Pero se llega. El Jardim Botánico no cae lejos. Hay pocas flores, porque sencillamente aún no toca. Toda una familia asentada sobre las fastuosas raíces de un Ficus Macrophilla con un contorno de muchos metros y el aspecto de haber visto correr la vida a su lado durante siglos. Estudiantes que transitan por entre los árboles gigantescos, huyendo del ruido de las calles y una sensación de calma que en los tiempos que corren resulta sorprendente.


Tratándose de una ciudad universitaria, es inevitable encontrarse rastros del genio juvenil por las paredes, plagadas de reivindicaciones que no se limitan a los aspectos sociales sino que llegan con una sorprendente frecuencia a ese romanticismo que es mejor que no perdamos nunca. Corazón e imaginación en una curiosa combinación que recuerda poderosamente otros momentos en que las ideas de los jóvenes marcaban el camino a seguir. 


Por si lo anterior no ha endulzado la boca lo suficiente, añadiré que la compañía era femenina por abrumadora mayoría. Como para quejarse... 
Las 
          risas 
                    suenan 
                                mejor en 
                                               boca de 
                                                              mujeres 
y el puntillo loco nos sigue acompañando, esta vez reforzado por una nueva presencia gaditana que, además de ejercer, junto con Tata, de guía turística, ha alegrado la visita con la gracia que suelen tener las mujeres nacidas en ese hermoso rincón del mundo. Un placer nada retórico, Nati.






El puntillo loco fue el responsable de que termináramos en un remoto lugar llamado Talasnal, al que se llega por pistas sin asfaltar (lo justo para la intrépida choferesa...) y en donde, por gracia de un sentido de la hospitalidad poco frecuente, terminamos disfrutando de un guisado de cabra que ya quisieran muchos renombrados restaurantes. Buen vino tinto y postres de la zona por poco dinero. ¿Quién da más?




El local se llama Ti Lena, y está a cargo de Lisete Dias. Correo electrónico: lisetedias@hotmail.com. Hacerle un poquillo de propaganda es una forma de agradecer toda la amabilidad que se nos ha dispensado en estos días en Portugal. Seguro que volveremos.