1 de febrero de 2011

El espejo



El mundo se acaba en una hora, cuando doblas la esquina y el aire frío detiene el curso apenas intuido de la no-consciencia. El mundo se acabó ya muchas veces, de forma irremediable, definitiva, para otros que no son tú ni pueden serlo. Quizás se acabó para ti antes de saber que estabas en el mundo, aquel día que tan conscientemente reconociste que el muro que tenías delante era infranqueable por la sencilla razón de que no tenías fuerzas para saltar al otro lado. Y muchas menos para saber lo que había al otro lado, lejos de la confortable cotidianeidad de tu celda conocida, tu isla fortaleza, tu prisión protectora.

Y pasó el fin del mundo y volviste a la vida un día en que las horas pasaban inocuamente ante las inmóviles cortines de una ventana por la que se colaba un horizonte grabado en una zona concreta y precisa del cerebro, un óleo familiar cononado por el monte de las tres victorias. Reposaron las horas lentamente, mientras los recuerdos se abrazaban y se miraban a los ojos como los viejos prisioneros que ven la libertad cuando ya es más un riesgo que una liberación. La mayoría murieron despúes del abrazo, cuando el aire movió tímidamente el aura pesado de la inmovilidad, la textura más liviana del pensamiento, y la mirada descubrió en la cima del monte la clave del asombro. No todo ha terminado. ¿Habrá más de una vida? Quizás, pero aquí mismo.

Es aquí, entre esta confusión infinita, donde hemos de celebrar lo poco que tenemos. Después de conocer que apenas somos nada. Suspiros acodados en los mostradores de los bares mientras Saturno surca la tiniebla a una velocidad incomprensible dentro de un universo que no nos presta ni la más mínima atención. El caucho arrastra la huella pegajosa de los restos de cerveza y al mismo tiempo el gas libra batallas gigantescas en la entraña de Júpiter. O acaso en otro tiempo que no es nuestro y nada importa. Tendríamos un ataque invencible de pánico si fuéramos conscientes del aterrador tamaño de la tiniebla que nos envuelva por todas partes. Ahí afuera y aquí, dentro de ese otro universo que nos resulta aún más desconocido. Más extraño y más cerca. El agujero negro del espejo.


5 comentarios:

Malinata dijo...

Mi querido querido:
Encuentro en tu texto tanta obscuridad desde el mismo momento en el que una celda se vuelve el mejor refugio para todo lo que nos rodea. Pero no por ello lo encuentro disparatado, al contrario, lleno de realidades absurdas que nos hacen ser cada vez más hacia adentro y menos comunicativos.
Saludos y como siempre, un placer saber que la pluma (o el teclado), siguen activos :)

Esilleviana dijo...

Supongo que esa falta de claridad, entre la tiniebla del olvido, de la vecina defunción, de la ignorancia y de la falta de consideración hacía la otra persona (quiero pensar que podría ser esto el significado de sus palabras), es lo que hace más atractivo y cautivador este relato.

Una lectura diferente.

saludos.

angels dijo...

Me inquieta tu escrito. Belleza del absoluto...
Contrastes de vértigo, abismos y ser.
Me encanta.

Te beso

Xocas dijo...

Bien, si ya hay quien ve incluso falta de consideración hacia alguien, quizás es momento de aclarar un poco tanta opacidad.
Lo cierto es que las letras tienen su propia fuerza y a veces dictan el camino que han de seguir, más allá del fondo de las cosas, y hoy por hoy soy más de formas que de fondos.
Básicamente todo cuanto quiero decir es que puede llegar un fin del mundo. Uno particular, uno de esos momentos en que todo se hunde. Pero ese fin del mundo pasa, porque hay muchas vidas en esta vida. Lo que queda es un gran asombro y un temor cierto a enfrentarnos a ese otro universo que está en nosotros, y que es,ciertamente, un agujero negro.
En fin, tal y como yo lo entiendo, claro.
Gracias infinitas por la lectura.

Belén dijo...

Uy... tan identificada la realidad... y yo que tengo tantos muros infranqueables.
"La mayoría murió después del abrazo"
Eso, querido, es una bala atravesándome la cordura.

Linda manera de hacer metáforas...

Como siempre, un placer sonriente el leerte.

Abrazos desde la ciudad donde llueve a medio tiempo y la otra mitad es un verano que no cesa...