5 de octubre de 2011

Penumbra



Hay un mundo de espirales de oro, un balcón en Castellana destinado a impedir siquiera la tentación del anonimato. Es un mundo de aristas amables, donde las víctimas siempre tienen alguien dispuesto al consuelo e incluso al sacrificio. Es como una norma de la casa. Pero las heridas no duelen menos por el hecho de que las armas estén bruñidas e impolutas.

De hecho, duelen más, porque a una herida le sigue otra en tan corto espacio de tiempo que esta gente ya se acostumbró a andar doliente. Algunos dicen que lloran mejor así sus versos. Todos adoran la proximidad del dolor de los otros, tras sus vidrieras. Cuando dicen "los otros", miran a lo lejos con gesto melancólico, acariciando la moldura cálida de las puertas del balcón, y atienden inadvertidamente al ruido fraternal del tráfico. Les relaja, dicen.

Mientras permanecen absortos, con la mirada perdida en la nube de contaminación y la boca crispada en una tristeza como encontrada en el portal, la criada recoge las colillas de un cenicero abandonado encima del piano y se pregunta (en ruso) qué le pasará hoy al delicado.

Hay una verdad poco aceptada, como ofensiva, obscena, y es que el dolor es cosa exclusiva de quien lo padece. Por eso no hay consejo útil, ni protocolo que tenga una aplicación real. Duele y eso basta. Y no te duele a ti, por mucha solidaridad que hayas atesorado en tu corazón de izquierdas, progresista, ecológico, anti-machista, federal y republicano.

Los héroes siempre lo han sido por desesperación. Y los villanos, aunque la desesperación de estos es distinta y crónica, casi rutinaria. Incurable, seguramente.

En el mundo que vive bajo la luz violenta de los astros, las cosas y hasta las personas adoptan las máscaras que la luz impone. Lo hacen sin darse cuenta, pero al final, lo saben y lo aceptan.

Es cierto que ver tan claramente facilita las cosas, descubre los caminos, facilita tácticas y estrategias, ayuda a conocer todo cuanto deseamos. Todo cuanto deseamos. Deseamos, deseamos, deseamos...

Pero quizás el misterio se desenvuelve mejor en la penumbra. Lejos del sol. Alrededor del agujero negro.

2 comentarios:

Isabel Martínez Barquero dijo...

El dolor es siempre personal e intransferible, nos aboca a nuestra sustancia más íntima, pero cómo escuece. Muy difícil de expresar todas las sensaciones que nos despierta.
Un abrazo.

sylvia dejó de ser cínica dijo...

Qué le pasará hoy al delicado?
No duele menos el dolor por acostumbrarte a él, por padecerlo más. O lo aceptas o te sigue sorprendiendo ,pero sigue doliendo