14 de enero de 2007

1970. Calma aparente



Es una mañana de verano como otra cualquiera. Un día hermoso. El sol quema la piel sin causar esa detestable sensación de asfixia. Hemos quedado en el rio, como siempre. Suelo ser de los primeros en llegar pero esta vez no ha sido así. José está ya tumbado en la toalla en ese pequeño espacio que hemos conseguido liberar de las piedras más grandes. Estas playas fluviales no suelen ser más que una aglomeración infinita de piedras de todas clases y tamaños.


Poco a poco va llegando la panda. Otro José, Miguel, Delio, Gabriel... Más tarde, las chavalas. Raramente vienen solas. Suelen aparecer en un par de grupos. Por si os lo estáis preguntanto, venimos empujados por el elemento femenino, por supuesto. Ellas no parecen necesitar tanto de nuestra presencia. A veces me pregunto la razón. En la escuela nos mantienen a machos y hembras siempre separados. Lo cual no detiene el curso de la vida. Pero sí limita gravemente el contacto con el otro sexo.


No es que tengamos grandes diversiones. Y las pocas que se nos permiten suelen parecerle mal al "general", que habla por boca de maestros, curas, municipales, catequistas..... El rio es lo que nos queda. El baño, las risas, y el disfrutar los cuerpos con la vista, por más que los trajes de baño los diseñan también los curas.


El sitio está bien, y el baño es delicioso, a veces. Otras hay que echarle valor porque es difícil saber si el agua está soportable o todo lo contrario. Y sólo lo sabes cuando estás dentro. De manera que es fácil que alguien suelte un grito mientras trata de huir desesperado, después de zambullirse en plan machote, provocando risas generalizadas y las bromas consiguientes. El ambiente es amistoso y las relaciones son fáciles, aunque superficiales. No nos conocemos realmente. Quizás sea innecesario. Solemos llevarnos bien, y las riñas son escasas, aunque hay más de una rencilla no resuelta.


Ha llegado Toño. Es el único que trabaja. Creo que eso le hace sentirse inferior. El "hacer una carrera" es tanto como disponer de un estatus social más aparente que real, pero a la hora de relacionarse resulta ciertamente importante. Al poco aparece el jefe de la panda. Trae una cesta de mimbre de cierto tamaño. La deposita sobre las piedras calientes y levanta la tapa. Y allí aparecen tres perrillos con la mirada apenas estrenada. Las chavalas se vuelven locas inmediatamente. El coro femenino rodea la cesta como un enjambre de abejas protectoras y extrae los cuerpos tibios y diminutos que arrugan el hocico investigando cuanto les rodea.


A eso siguen las tipicas carantoñas que se hacen a los bebés. Poco importa que sean animales. Los bichos agradecen cualquier sonido, gesto, caricia, lo que sea. Lamen las caras de quienes lo permiten con gran regocijo de todo el grupo y, en fin... Es una pequeña fiesta.
Al poco corren por en el suelo mientras el grupo se va separando del cesto y cada uno ocupa su lugar más o menos habitual. Hay quien sigue disfrutando de las simpáticas criaturas sin reparar en lo molesto que se hace seguirles por estas piedras calientes y, a veces, puntiagudas.


El agua debe estar buena hoy. La temperatura no ha descendido demasiado por la noche. Una vez me zambullo, supero la primera impresión y braceo rápidamente unos segundos para que el esfuerzo compense la sensación de frio. Ahora se trata de dejar que el cuerpo vaya adaptándose a la nueva situación. Al cabo de un par de minutos ya puedo disfrutar plenamente del baño. La gente se va animando y los chapuzones empiezan a sucederse con la cadencia habitual. Alicia y Gabriel se zambullen juntos y se alejan un poco del grupo disfrutando de la complicidad del agua, sin dejar de mirarse ni un segundo. Es hermoso verles.


Ha ido apareciendo alguna gente más. Y muchos crios. La atmósfera comienza a ser más animada. Gritos aquí y allá, gente en el agua y chapuzones que se suceden sin tregua. He atravesado el rio. Localizo el lugar habitual para subir por estas pizarras milenarias y con ciertos esfuerzos llego a este rincón al que, por alguna razón, he tomado cariño.


Desde aquí contemplo el espectáculo. Siempre hay algo de lo que disfrutar. Aún si no ocurriera nada en absoluto, sería sumamente agradable. Como si el rio, además de frescor, aportara sosiego con ese caminar constante y cachazudo. La pareja se besa inocentemente en un rincón que les oculta de los del otro lado. Les contemplo unos segundos con una sonrisa entre cómplice y envidiosa, y después decido no ser tan curioso.


El agua va escurriéndose por la piel y evaporándose lentísima pero imparablemente. Empiezo a notar de nuevo el picor solar y eso me recuerda que si permanezco aquí mucho tiempo más, tendré que volver a soportar el aguijón del frio al sumergirme. Vuelvo al rio y atravieso de nuevo la lenta corriente para subir después la pendiente del otro lado, con las dificultades habituales. Estas piedras son un auténtico martirio.


Ocupo la toalla y me entrego al sol. A esta maravillosa sensación de volver a la vida desde el frio lecho de agua turbia. Casi adormecido por las conversaciones más o menos próximas me doy cuenta de que se está haciendo tarde. A medio incorporar escucho un grito menudo de una de las mozas. Levanto la vista a tiempo de ver a uno de los cachorros trazar una curva interminable en el aire agitando inutilmente las patas para caer luego en el agua torpemente y desaparecer en un instante.


Alguien dice que no hay otro remedio. Casi sin tiempo de asimilar lo que está pasando, el segundo y luego el tercer animal recorren el mismo fatídico camino.


Ya no hay nada que hacer. El verdugo resulta ser el jefe de la panda. José se ha levantado y le mira con ojos asesinos. Un segundo después se arroja al agua y bracea contra la corriente como si quisiera matarla. El verdugo suelta una carcajada. Algunas caras reflejan estupor, si bien otros parecen acostumbrados a la salvajada . Toño se planta ante el bruto airadamente y pide una explicación. Un simple empujón y está en el suelo. Nada que hacer. El tipo es el más fuerte.


Las miradas vuelven corriente abajo como buscando una esperanza tras el rastro perdido de los tres animales. Pasa un tiempo, y después, uno por uno, los amigos se van sin despedirse. Emprendo el camino a casa. He olvidado darme el último baño para hacer la vuelta más fresco. Al llegar al sendero miro hacia atrás. José permanece de pie, mirando al rio en medio del mundo de piedras. Continúo caminando mientras el sol comienza a castigar la piel y un instante después decido esperarle, al tiempo que maldigo no tener una mínima sombra. A punto de abandonar la espera, le veo aparecer. Llega a mi altura y le dirijo una mirada breve que él no corresponde. Camino a su lado los pocos cientos de metros que nos separan del barrio.


Cuando ya debo apartarme hacia casa, llevo una mano a su hombro y lo sacudo amistosamente. Me mira un segundo y levanta apenas la mano en un saludo mínimo. Puede que no haya ocurrido nada.


Gracias, Esther, por tu colaboración. Quedas contratada !!

1 comentario:

fugaz dijo...

Puede que no haya pasado nada, como puede que esa sombra dure eternamente en los recuerdos...

Un día divertido puede resultar uno de nuestros peores días para querer olvidar.