25 de julio de 2007

Bipedismo



Supongo que conocéis la famosa discusión sobre el origen del bipedismo, (que no tiene nada que ver con los gases. Nooooooo....;))

Se sabe que los humanos andábamos a cuatro patas en un primer momento. O a dos patas y dos brazos, vaya, que es lo mismo. Y después comenzamos a andar sobre las piernas y nos convertimos en bípedos. No saben por qué y no sé el tiempo que llevan dándole vueltas. Creo que hay unas cuarenta teorías diferentes. Todas bien documentadas y apoyadas en eso que llaman "evidencias científicas".

Pues se me acaba de ocurrir otra. (Reconozco que en los últimos tiempos mi atrevimiento no tiene límites). Se me acaba de ocurrir que a todos esos sesudos investigadores no se les ha ocurrido jamás ponerse a torrarse un par de horas al sol de estos días. Yo lo hago, porque me viene bien pa la piel (no protesten, es así) y de paso pillo un morenasso vacilón que no veas.

Al cuarto de hora de soportar a Lorenzo empiezas a bufar como un toro, mientras los goterones de sudor empapan la sufrida toalla. Entonces te levantas y te vas a refrescar un poco. Aún no has dado dos pasos y ya lo notas. "Joer, ¡¡ qué bien se está de pie !!". El sol te da ahora en el coco y en los hombros. Nada más. Y de paso has tenido acceso a la leve brisilla que circula un poco más alta que el suelo.

Pues ahora imagínense Vds. a nuestros pobres antepasados con el lomo expuesto al sol. No un par de horas, no. Todo el santo día. Tenía que pasar, hombreeeeeee.... Un día uno se levantó para espiar a la mujer del vecino por encima del seto y le ocurrió lo mismo. "Ti ganna Udah !!" Que significa, "Otia !! Esto mola tio !!".

¿Que cómo se enteraron los demás? No se enteraron. Simplemente imitaron al primero. La imitación nunca ha sido un problema para nosotros. De hecho seguimos haciendo la mayoría de las cosas por esa razón.

¿No os lo creéis? Pues poneos en la toallita un par de horas y luego me lo contáis.

Como diría el del chiste, puede que fueran primitivos, pero gilipollas, no.

22 de julio de 2007

Somos Yo.



"Individualidad"

Paolo Gastaldo


Le damos vueltas y vueltas y jamás llegamos a ninguna conclusión. Y así estamos desde el principio. Desde que apenas éramos humanos y mirábamos al cielo asombrados. Primero, del espectáculo. Y después, de formar parte de el. No hemos encontrado una sola solución a nuestras preguntas más profundas.


Nos repetimos miles de veces que todo es un sueño. Pero aquí estamos cada día. En el trabajo, cuidando de la prole, calculando intereses, liquidando las deudas, soportando el estío... naufragando en las dudas. Asistiendo impotentes al paso de las horas, los días, los meses, los años, y la lenta e inexorable desaparición de quienes nos acompañaron antes.


Lo he leído en el blog de Marian: "Nacemos solos, vivimos solos y morimos solos". Una reflexión tan lacónica como certera. Más allá de todas las apariencias, los decorados, las conveniencias y los paripés, esa es la verdad. Somos Yo. No nosotros. Y sufrimos hasta la agonía esa separación. Jamás conseguiremos apagar esa sed que nos empuja a buscar y buscar hasta encontrar. Hasta encontrarNos. Queremos ser Nosotros para conjurar definitivamente la soledad del Yo atónito y desesperado. Fundirnos en los cuerpos, en las ansias, en los interrogantes. ¿En las almas?


Para ya no ser Yo, sino Nosotros Que Ya No Estamos Solos. Nosotros, vivos, juntos, protegidos, rescatados y risueños después de escapar al desastre. Ebrios de fortuna y definitivamente en paz.


Pero siempre fracasamos. Aún después de entregarnos hasta fundir los poros, de habitar otros cuerpos y alcanzar a soñar que somos ya, por fin, uno solo. Un instante después de latir en el mismo delirio y respirar el mismo y único suspiro, descubrimos en ese mismo espacio a otro Yo. Cálido y próximo. Pero distinto, otro, inalcanzable. Con el tiempo, puede que distante. Incluso indiferente. Y persistimos en la ceguera de volver a intentarlo, una y otra vez. Como esas mariposas que, incapaces de traspasar el cristal que las separa de la libertad, arremeten contra lo imposible hasta quedar exhaustas.


Seguiremos buscando. Habrá alguna razón.

15 de julio de 2007

Maneras de vivir



A veces pienso que ciertos tipos de comportamientos, de actitudes, de aproximaciones a las cosas o a las personas se han afianzado como si fueran los "normales" por ser supuestamente mayoritarios. También que hay cosas que se ven cada día y que uno termina por suponer universales. Y luego compruebo, observando a la gente, que tales "normalidades" y tales "mayorías" no existen en realidad.


Es como si sales cada día a tomarte unas cañas y terminas "deduciendo" que esa es la forma de vivir de todo el mundo, o de una amplia mayoría. Y creo que no es así. Sencillamente, eso es sólo lo que se vé.

Entonces me paro a pensar en esas vidas que no se ven. En todas esas personas que se apartan mucho de los caminos más o menos establecidos. En la gente que disfruta encerrada en un despacho dándole vueltas a una teoría sobre la evolución, o en las personas que se "entretienen" comprobando las diferencias entre cierto tipo de mariposas, o en quien se encierra a cal y canto hasta que consigue que ese poema, breve y casi insignificante, termine por tomar la forma ideal, que cante sin decir tonterías, que conmueva, pero aportando cosas, hasta poderlo compartir con alguien.


O en esas mujeres (vaya... ya me ha traicionado el jodío cromosoma... pues no lo borro) que disfrutan haciendo una rosca, con los ingredientes medidos al milímetro, tantos miligramos de canela, tantos de orégano, tantos minutos al grill...


Qué decir de algunas personas que son capaces de merendarse el País de cabo a rabo, casi mimetizados en ese sillón de toda la vida, y al acabar miran un rato por la ventana, supongo que para descansar la vista, y después echan mano del Abc y no se levantan hasta que han completado incluso el crucigrama (espero que el Abc tenga crucigrama, no tengo ni idea).


Podría parecer casi anecdótico, y sin embargo tengo la sensación de que esa decisión que tomamos acerca de "como me paso la vida" tiene mucho que ver con como nos vaya después. Hasta un cierto punto. En realidad creo que hay dos maneras de vivir. Hacia afuera y hacia adentro. A lo mejor existen algunas buenas combinaciones de ambas posibilidades, pero tengo mis dudas de que eso sea posible.

Vivir hacia afuera sería la práctica habitual. Lo que llamanos vida social, vida de grupo. Eso que tantas veces se dice: los humanos somos animales sociales. Lo decimos tan campantes y no nos damos cuenta de que los animales lo son también. Creo que queremos descartar la otra alternativa. La vida hacia adentro. La propia conciencia individual. Esa dichosa pregunta. El autoconocimiento. Lo hacemos así porque hemos comprobado que resulta difícil ese tipo de vida. Es incluso doloroso, ¿no? Así que nos decimos "¡Anda ya, deja de comerte el coco!".


Bueno, he pasado por las dos experiencias y, en general, podría decir que he sido más "feliz" con la vida hacia afuera. Pero hay una reserva importante que hacer. Tengo la certeza de que, en muchos sentidos y en muchos aspectos, no era yo. Y hay que decir que la experiencia no aportó gran cosa. Es como vivir exclusivamente de estímulos exteriores que finalmente no dejan poso. No alimentan al alma. He comprobado que es perfectamente posible vivir sin tener conciencia de uno mismo.


Diría, sin dramatizar en absoluto, que si vives hacia adentro, eres menos "feliz". Pero eres tu. Con tus historias, tus ritmos propios, tus comeduras de coco, incluso tus rarezas personales e intransferibles. No veo por qué hay que sacrificarlas. En realidad son lo que hacen de uno un ser irrepetible. Mejor o peor, quizás un poco más solo. Pero uno mismo.

8 de julio de 2007

Un mal momento

(Ficción)

Al final me he dejado convencer. Y sé que no debería haberlo hecho. Me pregunto por qué la gente se vuelve loca con estos juegos absurdos. Cuarenta naipes de cuatro "palos" diferentes que llenan las tardes de estas personas como si fuera lo más natural del mundo. Hay que jugar de parejas. Jaime y Manolo siempre juegan juntos. Y tienen a gala ser los mejores, así que no lo hacen con cualquiera. Se han sentado a la mesa a la espera de alguna competencia que no les anda muy a la zaga, pero el Chopo no ha venido hoy. Carmelo, su compañero habitual, mira por las cristaleras nervioso y murmura un juramento de vez en cuando. Hay alguna gente pendiente de la mesa. Ese será hoy el espectáculo que les mantenga atentos a algo, antes de desandar el camino a casa.

Carmelo busca con la mirada algún suplente que permita iniciar la partida hasta que su compañero aparezca. Pero siempre encuentra ojos esquivos, casi amedrentados. Es un tipo exigente y muy maleducado. Cuando ha juzgado que no podía esperar más, me ha dicho "¡Venga. Siéntate ahí!". Me he sentado en la silla, dócilmente, pero con una sensación clara de malestar. Mis dos rivales han sonreído condescendientemente y después han mirado el reloj encogiéndose de hombros.

Mi compañero me ha dejado claro que esté atento, que no quiere que haga tonterías, que esto es cosa de hombres. El primer juego transcurre sin sobresaltos, pero perdemos. En el segundo cometo un error de principiante y ocurre lo que ya sabía que iba a ocurrir. He decidido no oír lo que dice porque es muy desagradable, así que veo su cara como en el cine mudo. Gesticula adelantando la cabeza, mientras la boca reparte saliva incontroladamente hasta que el puño golpea el mármol dando la bronca por finalizada. En el siguiente juego, cuando estoy a punto de demostrar que sé más de lo que esta gente piensa, aparece el Chopo. Observa las anotaciones de carboncillo sobre el mármol y celebra entre chanzas su propia presencia. Parece a punto de golpearse el pecho, como los gorilas.

He tenido el tiempo justo para evitar que se sentara encima de mi. Me ha despachado con un "¡Venga. Quita de ahí!". Atravieso el círculo de curiosos sin que nadie se moleste en observarme. Después me acomodo en un taburete, frente a la barra. Marisa me mira desde dentro y luego devuelve la vista a una de esas revistas de actualidad, sin decir nada.

Y una vez más me he preguntado por qué les resulto tan insignificante. A ellos y a los demás. Y qué encuentran de saludable en su brutalidad. O de inteligente en sus estúpidas rutinas. O de humano en sus triviales juegos competitivos. Por qué sus mujeres pasan ante la cristalera cargadas como burras sin dirigirles el más mínimo reproche. Por qué no pueden evitar vociferar. Por qué al final los vencidos miran como los perros y se dirigen reproches entre si, mientras los mirones les azuzan. Decido irme antes de que se acerquen a la barra. Deposito el importe del café y antes de marchar me miro en el espejo. Tengo una expresión taimada en la mirada, aunque no es tan diferente de la habitual.

Cuando empujo la puerta de salida, Carmelo levanta una mano. "Gracias, Cosme." Pero el café lo he pagado yo. Siempre ha sido así. Son más fuertes. Más hombres. Tienen mando. Y una mujer que cocina, friega los cacharros, cose la ropa vieja, limpia las ventanas, encera el suelo, ordena los estantes, y en los ratos libres parte la leña y la ordena cuidadosamente al lado de la cocina.

Por el camino me para un viejo amigo de mi madre y me suelta una retahíla de consejos para aliviar sus eternas dolencias. Que no coja corrientes, que no deje el bastón, que no cruce la calle sin mi auxilio... "¡Qué bueno era tu padre! Sólo esos se van ...". Ni siquiera ha preguntado como estoy. Se aleja sin despedirse y yo observo su paso cansado y sus murmuraciones siempre inacabadas.

Me cruzo a un grupo de muchachos y muchachas. Debemos tener edades parecidas. Pero ni me conocen. Es normal. No coincidimos en las salas de fiesta, ni en el casino, ni en el baloncesto. Todas esas ocasiones son siempre inconvenientes para mi. He de a tender a mis obligaciones. Es normal. Normal para mi, pero no para ellos. La vida es una lotería. A ellos les ha tocado pasear su arrogancia vacía por los bares y a mi atender de mi madre enferma. Ellos tienen novias, se van de vacaciones, acuden a los campeonatos provinciales, estudian en colegios religiosos, llevan vaqueros caros y anotan sus citas en una agenda de tapas plateadas.

Y yo hago la compra, pago las deudas puntualmente a fin de mes, preparo una buena pota de caldo que dé para la semana, acarreo el carbón cada tres o cuatro días desde el exiguo sótano, paso la escoba día si y día no, la fregona semanalmente, y cuando llega la noche, después de acomodar a mi madre en su habitación, maldigo mi puta existencia. Con cierta cordialidad, porque ya se ha convertido en parte de la rutina doméstica y cotidiana.
Siempre ha sido así. Aunque hoy llevo algo atravesado en el estómago que ayer no tenía. Al pasar ante el escaparate del bazar observo como las comisuras de mis labios apuntan al suelo componiendo una mueca ridícula que no puedo detestar más profundamente. Sigo llevando la mirada avinagrada. Debe ser por eso que Geles, la vecina, ha pasado a mi lado mirándome y sin saludar.

Al doblar la esquina para enfilar la calle de mi barrio, con ese color gris indiferente, oigo como se alzan dos voces familiares. El Antolín y su mujer. Otro tipo fuerte. Y otra mujer insignificante, como yo. Discuten, como es su costumbre. La tiene arrinconada en una esquina, con los brazos levantados, tratando de protegerse. Les he visto antes en la misma actitud. Decenas de veces. Pero hoy no es un día como los demás.

"Déjala". Lo he dicho con una calma extraña, con algo premonitorio entre los labios. "¡Tú que quieres, mequetrefe!". Me ha empujado con la indiferencia con que se da una patada a una lata podrida por el tiempo y me he visto en el suelo. Luego me he apoyado en algo para levantarme, pero ha cedido. Cuando por fin me he visto de pie, tenía algo rotundo en la mano y un imperativo insalvable en algún rincón de mis entrañas. Y la energía de un dios. He contemplado sus ojos estúpidos y asombrados y he sido Dios. Furioso y frío. Certero. Claro. Preciso. Implacable. Justo. Inapelable. Yo, que ya no soy yo. Yo liberado. Enorme. Nunca más yo. Sino Yo.

La mujer se ha quedado mirando la mancha que corre por el pavimento siguiendo el contorno del cuerpo inerte. Luego se ha deslizado a lo largo de la pared como si temiera que me fijara en ella. No puedo dejar de mirar esos ojos inútiles, vueltos hacia el cielo en una última paradoja. No parecen diferentes a los que me miraban antes de que la brutalidad acabara con la brutalidad. No me siento mal. Casi estoy en paz, confiado. No tengo nada que temer, porque por fin he tomado mi camino. Me siento en cualquier sitio a esperar.

En apenas minutos aparece un uniformado y detrás la mujer que levanta el brazo y me señala mientras tapa la boca con la mano. No hay nadie más. Qué extraño. Es Abdón, el municipal, el que fuera gran amigo de mi padre. El que no podía contener las lágrimas cuando lo enterramos y desde entonces tomaba otro camino para no tener que saludarme. Me mira unos instantes, paralizado e incapaz de articular palabra, y luego se lleva la mano a la frente en un gesto incontrolado que deja la gorra de plato a punto de caer de su cabeza. Después arranca a andar hacia mi mientras murmura lo mismo una y otra vez. "¿Qué has hecho, Cosme?". Cuando llega a mi lado mira el duro mango de la pala, aún a mi lado, y la herrumbrosa pieza que se ha desprendido de ella cuando me apoyaba para levantarme. Después, con un gesto profesional, saca un pañuelo blanco y se hace con el objeto asesino observando la clara marca escarlata en el extremo. Luego me coge por el brazo y me levanta mientras yo le dejo hacer lo que tenga que hacer. No para de repetirlo. "¿Qué has hecho, Cosme?".

Me abre la puerta del coche y pone una mano en mi cabeza para protegerla de las duras aristas metálicas. Ya dentro, empiezo a ver como alguna gente se acerca con ojos curiosos al principio, y asustados después, una vez que han visto el cuerpo tendido.

Ahora me miráis a mi que no era nadie. El hijo de Lucía, el que no existe. Ese que apenas se permite unas visitas al bar. El que os hace iniciar la eterna cantinela... "Tuvieron mala suerte ...".

Al poco comienza el inevitable desfile de sirenas y uniformes. Preguntas inútiles y respuestas innecesarias porque todo es obvio. Después el coche arranca, recorre veloz las estrechas calles del pueblo y se detiene ante el ayuntamiento. La noticia debe haber corrido como la pólvora. La gente se arremolina ante la puerta sin dejar de mirarme. Y pensar que parecían ciegos... Ya ascendiendo las escaleras observo los rostros estupefactos y fijos en mi figura antes insignificante. Luego veo a Marisa y me asombra ver lágrimas en sus ojos. Pero no puede soportar mi mirada. Hay una anciana con la pena encajada en el rostro arrugado, meneando la cabeza, incrédula. Ella sí soporta que la mire. También que le sonría.

Y entonces me doy cuenta. Qué será de mi madre...

3 de julio de 2007

Contradecir a Brecht




Parece que impresiona, ¿no? O que fuera tarea de insensatos. Ni siquiera puedo presumir de haberle leido mucho. ¿A qué viene esto? A nuestras actitudes ante la vida. Hay una frase de este señor que se repite hasta la saciedad (como muchas otras) con muy buenas intenciones.


"Hay hombres que luchan un dia y son buenos.
Hay otros que luchan unos días y son mejores.
Los hay que luchan muchos días y son muy buenos.
Pero hay los que luchan toda la vida.
Esos son los imprescindibles."


Salvando ya el tema de género, ("comprensible" dada la época, pero no soslayable, porque es precisamente la lucha de las mujeres la que mejores resultados ha aportado hasta el momento), el mensaje casi parece plausible, desde la óptica de izquierdas, a la que me apunto. Pero merece un comentario y, a riesgo de parecer atrevido, me voy a meter en harina.


Esa filosofía le ha amargado la vida a más de uno que conozco. La famosa cantinela "de derrota en derrota hasta la victoria". No lo tengo nada claro. No diré que la lucha sólo tenga sentido por los objetivos que persigue. Pero luchar toda la vida es mucho decir. A lo mejor resulta que no estamos teniendo en cuenta el desgaste que eso produce, porque la frase resulta preciosa, pero puestos al tajo la cosa se ve de otra manera. Hay gente que ha luchado muchísimo tiempo y al final se ha encontrado con un panorama bien distinto del esperado. También hay que tener en cuenta que bajo las dificultades que la batalla continua ocasiona, los naturales cambios personales parece que se multipliquen. Y al final, aún si has conseguido ciertos objetivos, no podrás negar que la empresa te ha consumido de tal forma que ya no entiendes gran cosa. La típica sensación de "ya he llegado a la meta y ahora no sé muy bien qué pinto aquí".


Hay un segundo aspecto incluso más negativo y muy presente en la vida diaria. A veces se persiguen heroicamente objetivos nada realizables. Y claro, como "hay que luchar toda la vida", dale que te pego con el carrete. "Queremos puerto de mar". Vale, tio, pero es que eso es Ávila, joer, qué quieres que te diga. "Por la semana laboral de 30 horas". Y de 3, no te jode... Y que curren las cortes celestiales que como son espíritus puros no necesitan convenio colectivo.


Ya sé que hay cosas que parecen imposibles hasta que se consiguen. Pero la mayoría se consiguen porque no lo son.


Vaya, que luchar está bien, pero ojo no luches tanto que te quedes el resto de tu vida curándote la frustración de no haber sacado nada en limpio. Que los hay. Ojo.


No se entienda esto como una crítica al Sr. Brecht. Dicen que era sabio. Un servidor ni siquiera aspira a saber, pero ha estado en el tajo.