25 de octubre de 2009

Sagitario





Sagitario:No acudiras a cierta entrevista de trabajo que los demás consideran muy importante para tí. Si te conformas con lo que te dan y no esperas demasiado de los demás, tendrás muchas menos decepciones. Procura no exponerte a riesgos innecesarios. Tu equilibrio interno dependerá del ambiente del que te rodees.

Sonrió, sarcástica primero, con cierta amargura después. ¿Me puedes decir por qué leemos el horóscopo? Su acompañante, una mujer en la cuarentena que aspiraba con cierta ansiedad el humo azulado de un cigarrillo, giró la cabeza sin llegar a mirarla. Pues... no sé, contestó. Acercó la taza de café a la boca, pensativa, y continuó con la declaración. Pero eso mismo podría decir de muchas cosas más. Al volver al plato, la tacita produjo un clic impertinente que coincidió con la sumaria reflexión. Es asombroso el montón de cosas que hacemos sin saber por qué, concluyó.

Su joven amiga no había escuchado realmente lo que le había dicho, presa de una indignación creciente. Si te conformas con lo que te dan..., ¡es que hay que echarle narices! El camarero la miró con una sonrisilla bailando bajo el bigote. Había conseguido atraer la atención de la concurrencia, poco comunicativa a esa hora de la mañana. ¡Habrá hecho un máster en sensatez el tipo este! La mirada del bigotudo se concentró en su figura y su acompañante la miró también, esta vez fijamente. ¿Pero se puede saber quien hace estos horóscopos y para qué?, tronó indignada. El camareta se animó a participar en la conversación. Digas lo que digas, la gente los lee. De hecho tú también lo haces. La risa se extendió como un reguero de pólvora siguiendo el contorno del mostrador, con la salvedad de un elegante que se limitó a sonreir sin quitar ojo a la muchacha. No estoy hablando de mis incoherencias, chato, que me las sé de memoria. Estoy hablando de este... Jairo Velasco. ¡Ja! Si hasta será pariente de la Concha.

La última observación disparó la hilaridad de la concurrencia volviendo a sumir el exiguo espacio del café en el mar de humo, risas y voces que normalmente era. Volvió a dirigirse a la mujer fumadora. ¿Y tú crees que les pagarán por esta sarta de chorradas? Mujer, no creo que lo hagan por la cara. Se fijó de nuevo en la letra menuda y uniforme del texto, meneando la cabeza a uno y otro lado, incapaz de poner freno a su incredulidad. La fumadora levantó la mano para pedir la cuenta y el camarero se acercó con una tirilla de papel blanco en la mano, pero antes de entregarla miró inquisitivamente por encima de sus cabezas. El espejo delataba la presencia del elegante a sus espaldas.


Todo el local había seguido con atención su desplazamiento hacia las mujeres. Disculpe... ¿señorita? Asintió con la cabeza, sorprendida. Verá, estoy buscando a alguien para un trabajo y creo que usted podría servir, pero... ¿podría decirme qué sabe usted hacer? Se hizo un silencio que casi permitía escuchar la conversación, por más que el hombre había bajado la voz discretamente. Excluyendo la prostitución, de todo. La risa se expandió de nuevo, pero cedió pronto, esperando la respuesta del elegante, que, extrañamente, se había quedado muy serio.

Dándose cuenta de que todo el mundo seguía el desenlace del asunto, se dio la vuelta y afirmó, con gesto adusto: Se lo crean o no, queda poca gente capaz de indignarse. La muchacha preguntó, tímidamente. ¿Y eso es bueno? El hombre negó con la cabeza, cerrando los párpados con gesto grave, pero inmediatamente se corrigió. Bueno, para usted, sí.

El resto de la conversación fue más privado, como corresponde a un futuro jefe y una futura empleada. Resultó que la oficina quedaba a unas manzanas. ¿Y por qué perder el tiempo?, dijo él. Y ella convino. Y sin más se fue a visitar su futuro centro de trabajo sin acordarse, presa del nerviosismo, de su amiga la fumadora, que se llamaba Pilar. Ésta elevó las cejas unos instantes, recogió las vueltas y atrajo hacia sí el periódico después de calcular mentalmente el signo de su amiga. Sagitario.

Repentinamente se sintió enferma, desquiciada, incomprensible más que incomprendida, obsoleta, prescindible y absolutamente fuera de lugar y aún de tiempo. Quizás había sido aquel milagroso hallazgo de empleo, pensó. O más concretamente el hecho de no ser su beneficiaria. Pero no, su amiga lo necesitaba como agua de mayo. Se preguntó si su inconsciente estaría reaccionando instintivamente al hecho de haber sido olvidada como un paraguas viejo. Pero no, eso le ocurría todos los días. No. Lo insoportable era la asombrosa lucidez con la que un ínfimo horóscopo podía explicar la historia de su naufragio. Un simple charlatán había escrito su biografía en cuatro lineas destinadas a rellenar un espacio inservible de un diario. Cuatro estúpidas líneas que seguramente habían sido repetidas hasta el hastío y a las que nadie prestaría atención sin una sonrisa condescendiente. Salvo los borrachos.

Tardó en recuperarse. El periódico iba de mano en mano, y entre detractores y partidarios del supuesto adivinador se había entablado una ruidosa batalla. Se deslizó discretamente fuera del local y cerró la puerta para que no entrara el frío. Después concentró sus pensamientos en el ruido apagado de los tacones, recorriendo despacio la calle colmada de gente absolutamente indiferente.




(El primer párrafo es obra de la redacción de El Postre, programa de Radio 3 que desde aquí recomiendo, y a cuya sección de Postrelatos he tenido la osadía de enviar el presente texto. No ha habido laureles, pero al menos me he atrevido a atreverme.)

21 de octubre de 2009

Adicción



Debe de haber cien mil maneras de sentirse mal. Algunas tienen que ver incluso con el clima. Otras con el estado de las economías. Otras con el de las afectividades, un mundo siempre complejo. Y luego hay otras que casi no se pueden explicar, porque por más vueltas que les des, no acabas de saberlo.


Finalmente están las que se pueden identificar sin ningún tipo de problema. Asumirlas ya es otra cosa. Es aquello de "es que no me soporto", que se siente, pero no se le cuenta a nadie porque nadie lo entendería.


Yo, o este que va conmigo, vaya usted a saber, porque no sé si acabo de conocerlo de verdad, llevo un par de semanas sin pc. O pérsonal compiuter, que dicen los modernos. Y sinceramente, no me soporto. Casi denunciaría al que acaba de escribir estas letras.


Y no lo hago porque no tengo ordenador. ¡Ahí está!


(Y como es "pérsonal", el del trabajo no cuenta, como comprenderéis).