3 de agosto de 2007

Orgullo de "currito"


Supongo que los vecinos del pueblo se preguntarían por qué lo hacía. A esa gente no se le escapa una. Debe ser que han pasado por todo y no hay manera de colarles una apariencia. En una aldea es obligado pararse a hablar con la gente, aunque siempre hay quien pasa de largo. Supongo que el hecho de ser "de fuera" te obliga también a la cortesía. Y desde luego, hay que reconocer que es más humano que la despersonalización de las ciudades, donde no hablar una palabra en el ascensor o no cambiar más que un cortés "buenos días" con el vecino, resulta ser lo habitual. Así que me paraba y cambiaba unas palabras con quien tuviera a bien pararse a charlar. Pero nunca conté gran cosa. Por otro lado, no había mucho que contar.

Creo que me pasé trabajando en esa casa, en los ratos libres, fines de semana y vacaciones (os lo podeis creer) del orden de tres años. Recuerdo que mi viejo me preguntó por qué lo hacía, aunque justamente fue él quien quiso emplear en la rehabilitación unos duros que le sobraban. Un día sugirió, de alguna manera, que quería demostrarme a mi mismo que lo podía hacer. No le dije que no, pero tampoco estoy muy seguro de que fuera exactamente eso.

No voy a decir que no me lo currara bien, porque de otra forma no se puede hacer. Y que me quedó un cierto orgullo de ver nacer las cosas nuevas y los espacios más o menos luminosos a base de sudor del bueno, sin trampa ni cartón. Por más que uno sepa que las cosas nacen siempre como resultado de algo, una vez que las ves ante ti, recién paridas, parecen un milagro. Aún más si lo que haces es arreglar lo viejo, porque la imagen original parece que se queda anclada ahí, en algún rincón. Te sientes como un pequeño artista que hace brotar cosas nuevas de algún sitio. No importa de donde. Y no creo que sea una exageración decir que el trabajar con las manos es arte, de alguna manera. Quizás de muchas maneras.

De todas formas, me ha quedado una sensación mucho más poderosa de toda esa experiencia. Hay percepciones que casi no se pueden explicar, que no sabe uno muy bien de donde salen o cuál es su causa verdadera. Pero las notas de una manera abrumadora. En ese amplio espacio - casi cien metros de superficie - me sentí absolutamente en paz en momentos en que no tenía paz. Así de sencillo. Hay recuerdos, aparentemente insustanciales, que se han quedado amarrados en alguna parte del corazón, porque el cerebro para esas cosas no sirve.

Tenía un pequeño patio exterior, con una higuera importante. Ahí me senté un día cualquiera, supongo que cansado y al rato de dejar que no pasara nada, cosa fácil en un lugar así, tuve la sensación más placentera que recuerdo en muchos años. Nada más que un ligero vientecillo primaveral, acariciando las hojas de la higuera, como un regalo de sosiego absoluto y eterno. La luz del sol del crepúsculo y ese silencio de brisa que acaso solo los árboles saben dar. Después de ese día, esa fue otra "tarea" de la que procuraba no olvidarme.
Y un tiempo diferente. O la ausencia de prisas, de horarios que cumplir, de tareas que necesitan estar acabadas casi antes de haber comenzado. Y el enorme placer de hacer las cosas con cariño, con paciencia, perdonándose cada fallo y hasta riéndose uno de las meteduras de pata, en esa soledad de hogar abandonado. Quizás recuperar también el espíritu de esa gente que no ha tenido maestros y averiguar, a base de tesón y paciencia, que no hay nada que no se pueda aprender. Y casi nada que no se pueda hacer.

Comprobé también, porque no lo tenía tan claro hasta ese momento, que uno es distinto de los demás. Parece una obviedad, pero quizás conviene pensarlo más despacio. Ocurrió más de una vez y de muchas veces, que me sorprendí pensando "cualquiera que me vea, se parte". No sé si de la risa o del asombro. La tarea solía presentar dificultades importantes, porque uno no es ni carpintero ni albañil ni mago. Así que podía pasarme en la misma posición, dándole vueltas a la cosa, ... horas. ¿Nunca habéis visto una garza en un rio, bien de mañana? No mueven un músculo y terminan por parecer parte del paisaje del tiempo que se pueden pasar así.

El caso es que solía funcionar, aunque no digo que siempre. Al final surgía un plan y "sólo" se trataba de ponerlo en práctica. Y entonces, cuando me ponía en marcha, me crujía todo el cuerpo en cada articulación, como esos muelles oxidados que delatan la más mínima oscilación. Así que no podía dejar de preguntarme el tiempo que llevaría varado, como la garza y de lo extraño que ese comportamiento podría resultarle a mucha gente.

He tenido la fortuna de disfrutar de esa soledad como creo que poca gente haya podido hacer. Aunque realmente, no estaba solo. Ahora que es casi imposible encontrar un lugar donde el silencio sea posible, creo que esa experiencia me ha enseñado de verdad lo absolutamente hermoso que puede ser el silencio. Como un confidente al que puedes contarle todo sin necesidad de pensarlo siquiera. El silencio se parece mucho a la paz. Debe ser por eso que cada día estamos más intranquilos. Cada día hay más gente que confiesa no poder soportarlo, como si habitara en el algo intrínsicamente malo. Estamos desquiciados. Es un hecho.

Por paradojas de la vida, que jamás será controlable ni planificable ni mucho menos previsible, llegado el momento en que pudo empezar a usarse, ninguna de las personas que debían disfrutarla se encontró a gusto. Y pasado un tiempo se vendió para recuperar en lo posible el dinero invertido. Lo compró una pareja de por aquí que trabaja en Barcelona (algo misterioso me une a la gente del Mediterráneo...). El día que ultimamos la venta, apenas empecé a bajar las escaleras ya estaban dando botes de alegría tanto compradores como testigos. Creo que hicieron una fiesta y todo. Seguramente pensaron que se habían topado con el tipo más tonto del planeta. Y yo salí a la calle pensando en lo improbable que sería que aquella gente pudiera pasar nunca por una experiencia semejante.

La vida, en muchos momentos, depende de la pura suerte. Claro que... hay que buscarla.



2 comentarios:

Anónimo dijo...

Tomar las cosas como son no siempre es fácil, aceptarlas tal cual y finalmente disfrutar de ellas no resulta a la primera. Pero cuando de pronto uno se da cuenta de aquello que está disfrutando, y sea haciéndolo, ya sea observándolo, la sensación es pura maravilla.

Lo mejor de todo eso, es quedarse con la sensación de lo bien hecho (aunque no se sea un experto carpintero, albañil o cristalero) y conservar esa sensación placentera junto con ese silencio "impagable" hoy en día.

Por cierto, se ve un rinconcito de lo más acogedor, no me extraña que hicieran una fiesta los barceloneses... es más que evidente.

Anónimo dijo...

Quizais toda ese "traballo" repousado e tranquilo o que escondía, dende o principio, era un final. Quizais o final da obra supuxo o principio. Un principio para os novos donos dispostos a desfacer as súas maletas; e un principio para el disposto a facer por fin a maleta.
Ás veces é necesario cumprir certos rituais para saber que non se deixou nada por facer. A conservación do pasado pode ser un deles.
ou non........
De todos os xeitos a recuperación da casa pagou a pena!!!! Trou xo nova xente á aldea da que poder falar (jajajajajaja)