8 de octubre de 2008

Besos de ángel

A punto de meterse en la ducha pensó que estaba muy cansado. Las baldosas transportaron el frío poco a poco a la carne tibia, confirmando aquella sensación de invierno que lo habitaba desde no sabía cuando. Allí estaba su mano, asiendo la cortina absurdamente, preguntando de qué servía todo aquello. El espejo sorprendió su rostro, víctima prematura de las grietas del tiempo. Detenido y casi asombrado miró de frente aquellos ojos fatigados por las despiadadas vigilias.

Apoyado en el lavabo adelantó el rostro hasta el espejo, con calma, aproximándose aún más hasta aquellas pupilas apagadas y confusas. Y preguntó, "¿Qué quieres"?

- ¿Qué has dicho?

No hubo respuesta. La imagen del espejo cocentró toda su atención hasta que nació otra pregunta, ahora en silencio, "¿Quién eres?". Cuando notó la presencia bajo el marco descolorido de la puerta, bajó la vista, avergonzado.

- ¿Se puede sabes qué haces desnudo por la casa adelante? ¿No ves que te puede ver la cría?

Quizás en el kiosko de la esquina deberían vender raciones de fortuna. O participaciones de felicidad futura, garantizada. ¿Cuál era la razón de que aquella criatura que había traído al mundo no le hubiera visto jamás desnudo, siendo en realidad el perfecto fruto de la desnudez?

Se concentró en la expresión severa de ella. En el agudo filo de sus labios rematados por una mueca despectiva. Y en sus ojos de ira envejecida, sobrealimentada... y seguramente justificada. Después, dos palabras sencillas cayeron de su boca sorprendida, produciendo un extraño murmullo entre las sombras matutinas.

- Me voy.

- ¿Te vas?

Poco a poco fue naciendo aquella amarga y demoledora sonrisa, mientras sus ojos lo recorrían sin pestañear causando una sensación parecida a una quemadura.

- ¿Al cielo? ¿A la cantina? A buscar trabajo adivino que no... ¿verdad?

Esta vez no advirtió el aguijón de la culpa en la boca del estómago. En su lugar brotó como una sensación de verano que acaba. Una promesa cierta de incertidumbres que a medida que transcurría el silencio se revelaba como una posibilidad de alivio.

Se irguió y alzó su paupérrima desnudez ante aquel curioso tribunal que lo juzgaba escoba en mano. Avanzó hasta ella y descendió al fondo de sus ojos azules y fríos como un mar del norte. Los pliegues de su piel blanca fueron desapareciendo a medida que la sonrisa moría como contando el tiempo por centésimas, milésimas de segundo, en aquella eternidad de pasillo en penumbras. El asombro nació en su mirada inquieta y la boca se le abrió involuntariamente. Dio un paso hacia atrás mientras la escoba se escurría entre sus manos produciendo un chasquido sordo en el suelo de madera encerada. Siguió retrocediendo hasta que la pared encalada la detuvo.

- Voy a vestirme.

Las maderas crujieron cuando se aproximó al armario oscuro y escogió la camisa que reservaba para las grandes ocasiones. Gritó el cajón de madera mientras extraía una muda limpia y se vestía contemplando como el pasado desfilaba por los cristales de la ventana entreabierta. Recogió la cartera de la mesita de noche, reservándose un par de billetes, dejó el resto bajo el pie de la lámpara y salió. La puerta de la cría permanecía cerrada, vedada como el beso de un ángel, tan próxima como inaccesible.

La cocina estaba limpia y ordenada. Sólo la botella vacía y el vaso permanecían donde habían quedado de madrugada, con aquel rastro violeta sobre la superficie de formica. Aquella huella gritaba una culpa mientras se enfundaba la chaqueta recogida del respaldo de la silla y salía al pasillo caminando como un náufrago.

Dos fotos antiguas colgaban en mitad de la pared mitigando apenas el blanco vacío. Padre y madre, con atuendos austeros y una pregunta dolorosa en la mirada. Las botas devolvían un eco triste de sueños aplazados mientras avanzaba hasta la salida, antes de abrir la puerta de par en par y aspirar todo el aire que le fue posible.

- ¿A dónde vas?

La niebla se le coló por los resquicios de la ropa, a través de los dedos, entre los cabellos, penetró en la boca y salió después envuelta en el vaho del aliento cálido. El pasador de la puerta repitió aquel sonido familiar que dividió al mundo entre hoy y mañana. Algunos le miraban mientras caminaba despacio hacia la estación sin despertar su interés.

Introdujo la mano en el bolsillo interior de la chaqueta extrayendo aquel cartón diminuto recorrido por letras y cifras negras que le había entregado Mario después de aquella terrible conversación. Era difícil saber por qué no lo había arrojado en cualquier esquina como hacía con todo lo importante. En el recuerdo nació la mirada dolorida y escéptica de aquel hombre bueno, el tímido contacto de su mano en el hombro, el gesto resignado con que le dio la espalda. Y la vergüenza que lo invadía, lacerante, le dio la respuesta.

Mientras esperaba el tren, paralizado en el andén, el mar surgió ante sus ojos. Aquel ser gigantesco que había visto una sola vez, en su lejana infancia, indómito y apacible al mismo tiempo . Poderoso y amable. Desafiante y acogedor. Quizás sólo en su presencia podría llegar a saber que un hombre puede lavar su alma y renovar por fin los propios pasos.

El monstruo de hierro apareció en el horizonte luchando por detener su carrera entre quejas metálicas y una columna de vapor de agua que lo invadía todo. Caminó con una sorprendente determinación hacia la puerta que había quedado justo enfrente, subió, y antes de instalarse miró hacia aquel insignificante lugar lleno de casitas blancas donde la vida parecía haberse parado. Entonces supo que hay más de una vida. Y que un día volvería por el beso de un ángel.


Imagen por cortesía de Marian


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3 comentarios:

Arturo Herrera dijo...

¡Qué buen monólogo, amigo!
La toma de consciencia descrita paso a paso, como un engrane encaja en el otro hasta que la irremediable decisión toma forma.
Se lo dice a ella pero también se lo dice a él mismo.
¡Un gusto leerte!

Un abrazo

montse dijo...

Muchas gracias por tu amable comentario en mi blog...Vuelve siempre que quieras, para mí es una gran satisfacción.
He podido comprobar en el tuyo que tienes una gran imaginación y mucha facilidad de palabra.Enhorabuena!!.
Felicita también a Marian por estas preciosas imágenes.
Saludos.

Puck dijo...

Qué vértigo da ese:

"- Me voy"