24 de noviembre de 2009

El nacionalismo de los otros.

Hace unas semanas, en Radio 3, entrevistaron a Carme Riera, que acaba de publicar un libro donde por lo visto pretende poner en solfa una serie de comportamientos del espectro polícito catalán comúnmente conocido como "nacionalista". Parece que no somos sólo los gallegos los que tiramos piedras a nuestro tejado. Ella decía que era muy normal criticar aspectos de las propias sociedades y a mí se me ocurrió que allá en los United Estates, donde vive, no le deben llegar muchas noticias de como andan las cosas por aquí, porque ni que le eligiera las fechas Mayor Oreja, oiga.

Los de Radio 3, que no son tontos, incidieron en una frase que, dentro de ese contexto, resulta llamativa porque ataca a la parte contraria a la que identifica como defensora del nacionalismo español, del que dice, más o menos, "ha llegado a tal grado de prepotencia que no se reconoce a sí mismo". Eso es justo lo que pasa. El airear banderas de 20 por 10, prohibir el uso del resto de las lenguas del estado en el Congreso de los diputados, o pretender que el castellano se enseñe de manera obligatoria en Brasil (¡¡!!) no es nacionalismo. Es patriotismo y se acabó, señoras y señores. En otras palabras, Madrid es la norma y todo lo que ande a su alrededor tendrá que adaptarse a lo que hay, so pena en incurrir en el abyecto delito de nacionalismo. Periférico, como dicen allá, para más inri. Porque el centro está en el medio, es decir en la mitad, que decían los de La Trinca.

La señora Riera, por razones que ella conocerá, pasó tan de puntillas sobre la frase que todo lo que dijo se le quedó allá en Barcino, donde, según ella, no se habla catalán. "Desgraciadamente", dijo. Pero al tiempo se le soltó una risa de esas que cuentan más de lo que al hablante le conviene. No veo yo qué gracia le encontrará al tema ningún catalán o catalana con un mínimo aprecio por su lengua. Para mí que hay gente que termina confundiendo el cosmopolitismo con cosas menos presentables, como le pasó al Joan Manuel, por no hablar del inefable Boadella, criaturita, metido ahora en la defensa del castellano, acosado e indefenso ante toda esta banda de nacionalistas periféricos.

Las cifras tienen la virtud de arrojar luz sobre las cosas sin necesidad de enredarse en esas trifulcas político-filosóficas que casi siempre resultan interminables y siempre le hacen el juego al que tiene la sartén por el mango. Se trata de comparar las realidades linguísticas de Madrid y Barcelona. Esta es la proporción de hablantes de catalán o castellano en el área metropolitana de Barcelona:

Hablantes de catalán: 27%. Hablantes de castellano: 54%.

(Fuente: Encuesta sobre usos linguísticos de la Generalitat: http://www20.gencat.cat/docs/Llengcat/Documents/Dades_territori_poblacio/Altres/Arxius/EULP08_PresentResultats.pdf )

Lejos de lo que pregona la propaganda más o menos rancia de obispos y peperos, esto es lo que ocurre en el mismo centro vital de uno de estos "nacionalismos periféricos" que han acorralado al castellano, según opinan ciertos doctos doctores.

Se me ocurre pensar qué ocurriría si en Madrid las cosas fueran siquiera parecidas. No digamos ya que hubiera más hablantes de una lengua diferente del castellano, que es la lengua propia de Madrid, no. Digamos que las cifras fueran idénticas.

Supuesto teórico:

Madrid. Hablantes de castellano: 54% Hablantes de catalán: 27%

¿Os imaginais que una cuarta parte de los madrileños hablara catalán? Ya no un 54%, no. Dejémoslo en la cuarta parte. ¿Os lo imagináis? Porque yo lo imagino y veo tanques por las calles
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