12 de noviembre de 2009

Un buen cacharro



Por mucho que la quieras, te agota. Te convierte en un tipo malhumorado, con el nervio a flor de piel y las ganas de cualquier cosa que te puedas imaginar a la altura de las aceras. Barcelona es así en una determinada época. Lo cual no disminuye sus encantos, pero cubre su piel de cosas que no dejan que la veas como te gustaría.

Fue esa la razón que nos llevó hasta la playa. Estábamos por el Poblenou, si mal no recuerdo, y bajando bajando por aquellas "ramblas" nos fue recibiendo una cierta brisilla huida para siempre del resto de la ciudad. La proximidad del mar hizo nacer un alivio ya necesario, y desde entonces el agua se convirtió en una promesa.

Bajando por el caminillo transitado por cientos de hormiguitas humanas nos recibió la bandera. Una bandera arco-iris que debe ser de las más pacíficas que conozco. Mientras la Noieta nos iba poniendo al tanto llegamos a la orilla. Lo primero que llama la atención es la superpoblación del rincón, porque no deja de ser un rincón y pequeño. Después te asalta la novedad de ver tanto pito al aire. También el hecho de que los pitos estén tan morenitos. Así que, finalmente, tanto músculo labrado y tanta intensidad en las miradas de las parejas ya son cosas que pasan a un segundo plano.

La galería de personajes era imposible de abarcar. Pero hay cosas y personas que llaman la atención. Un tipo en la playa con sombrerito es una de ellas. También hay gente a la que no le gusta pasar desapercibida y está en su derecho. El hecho de que no levantara más de metro y medio entre la apolínea muchedumbre ayudaba también a fijar la atención.

Pero fue al aproximarse, en el momento en que el muchacho incició un ligero escorzo a su derecha, desviando la mirada del mar por unos instantes, cuando en medio del agua en calma, las arenas doradas y la abigarrada multitud surgió algo que en una décima de segundo tomó la forma de una luz de ambulancia en medio de un cementerio plagado de mármol. No he visto cosa igual. Lo prometo.

Lo primero que me llamó la atención fue que mirara hacia las arenas de una forma tan clara, tan verticalmente. Tan vertiginosamente. Supongo que es una asociación de ideas. Hay cosas que deben mirar hacia arriba, especialmente cuando alcanzan el tamaño esperado. Esta miraba hacia abajo pero el tamaño no era su problema. "Ya quisiera el reloj de... ". Se me vino a la cabeza sin pedir permiso, acordándome del reloj de pared de alguien de la familia que se quejaba de que aquellos contrapesos no pesaban lo suficiente.

Creo recordar que desvié la mirada porque uno, que es de pueblo, no puede evitar contemplar con más descaro del necesario las cosas que en las ciudades le llaman la atención. Pero el daño estaba hecho. En realidad creo que no lo olvidaré jamás. Es imposible borrar de la memoria a un tipo de metro cincuenta con sombrerito en la playa nudista del Poblenou. Pero la cosa que llevaba entre las piernas convierte la imagen en una escena de película de esas memorables.

Por supuesto que me imaginé como sería aquello en estado de alegría. De lo que pensé después también me acuerdo: "¿Habrá preservativos para los caballos?"

Supongo que será un personaje conocido. Puedo dar fé de que es muy reconocible en función del atuendo o más bien de la falta de atuendo. Si alguien lo conoce, le mando mis saludos en agradecimiento a la sonrisa que en su momento despertó. Lo que más me sorprendió fue que llevara aquello con tanta naturalidad. Y cuando digo "aquello", me refiero a toda su persona, no sean Vds. malpensad@s
.

1 comentario:

Ojos dijo...

Jajajajaja una vez más se confirma que es un mito aquello de que todo en esta vida es proporcional. Las sorpresas que puede uno llevarse son inmeeeeeeeeensas!! jajajaja
Bicos para ti