7 de mayo de 2010

La erótica de la represión


A quienes no hayan vivido según qué épocas les parecerá sencillamente increíble, falto de lógica, kafkiano, infantil... y podríamos seguir añadiendo adjetivos hasta mañana. Pero ocurría y de hecho nos lo tomábamos como algo natural, el curso simple de las cosas. Los escotes los llevaban las señoras importantes y siempre eran limitados. Mucho. Las faldas bajaban un par de palmos de las rodillas y los bañadores se parecían mucho a las escafandras. Pero tras ese aparente telón, alimentado por algo que era desde luego enfermizo, crecía lo que jamás se podrá ocultar ni disimular. Puede que el hecho de que todos los alumnos fuéramos varones ayude a entender lo que sigue.

Había una mujer, de unos cuarenta, que nos enseñaba historia, francés y algo de arte. Podía aparecer en pantalones, pero lo normal era una falda "de tubo" que difícilmente soportaba el volumen de sus contundentes muslos cuando cruzaba las piernas. Bajita, redonda, de aspecto moderno para la época (el pelo corto en una mujer era casi impensable) y gafas negras. Solía dar la clase sentada sobre la tarima, justo en el centro de las dos filas de pupitres. Era agradable y nunca nos lo hacía pasar mal. Siempre deseábamos aquel momento. Aludía a algo insustancial mientras esperaba el horrísono eco del timbre y deshacía el cruce de piernas con una lentitud que a todos nos parecía estudiada. Treinta y muchas miradas seguían aquel movimiento buscando algún resplandor remoto algo más allá de su rodilla. Nadie lo consiguió nunca, de lo que deducimos que sus prendas íntimas no eran del color esperado. También hubo quien pensó que simplemente no existían.

Con curiosa frecuencia, arremangaba la falda hasta la mitad de los muslos y hacía una llamativa observación mientras se subía las medias como quien contempla el sol en un ocaso otoñal. Naturalidad, chicos. Viajaba. Nosotros no tanto. En las filas de atrás, donde solían habitar los más mayores, se oían obscenidades aún sin inventar y a estas altura estoy seguro de que aquel murmullo medio desbocado le gustaba. Se le adjudicó un mote felino que le iba bien. Nadie quedaba allí sin su segundo nombre.

Esta otra era muy diferente. Alta, delgada y bien formada, el pecho breve, las caderas proporcionadas, piernas largas y melena corta y ondulada. Llevaba siempre un rictus de amargura en la boca que aún la acompaña. Seguramente nos despreciaba y castigarnos era para ella una rutina más. De rodillas, decía, y el aludido tenía que permanecer en tal estado ante su mesa. Esto era lo interesante. Su mesa estaba algo elevada, sobre una de aquellas inevitables tarimas que marcaban la diferencia con nuestro mundo de abajo. Y no tenia fondo, de manera que el sufridor contaba con la impagable compensación de verle las piernas a la profesora. Las tenía bonitas, como he dicho.

Uno puede entender que no le diera importancia según a quien le tocara aguantar la mordedura de las duras vetas de la madera bajo las rodillas. La mayoría teníamos poca educación pero también poca malicia. Ese no era el caso de César. Era mucho mayor, más alto y mucho más fuerte. Una auténtica pesadilla en los recreos. Le castigaba poco para lo que merecía, pero algunas veces cedía a la ... ¿tentación? No puede interpretarse de otra forma el hecho de que no viera como se escurría bajo la mesa. Era un pajero nato que no dudaba en masturbarse en plena clase, aunque no quedó constancia de que lo hiciera nunca en aquella situación. Eso no nos hubiera cogido de sorpresa. Lo fascinante era verla a ella, con la vista fija en cualquier libro de los que dejaba sobre la mesa, extrañamente quieta, ensimismada, mientras la clase palpitaba en silencio y al lúbrico sujeto sólo le faltaba introducir la cabeza bajo su falda.

He dejado lo mejor para el final, por supuesto. Nuestra protagonista era y es menuda pero bien proporcionada, de geometría redonda y sinuosa, rostro sencillamente hermoso, ojos azules y melenita corta. De esas mujeres que consiguen llamar la atención sin proponérselo. También autoritaria y creo que decididamente partidaria del régimen franquista, cosa que aún hoy se le nota. Imponer la autoridad era lo suyo y las normas emanadas del sistema educativo de entonces eran para ella el catecismo. Jamás vistió un pantalón. Y su cuerpo se adaptaba a las faldas como si éstas fueran una segunda piel. Creo que aquellas nalgas traían al centro entero hipnotizado. No tenía un cuerpo llamativo y sus principios la invitaban a disimular el pecho bajo ropas siempre amplias y discretas. Su trasero, en cambio, era como un cartel rojo en medio de una lavandería y disimularlo era algo que sólo podía conseguirse arruinando completamente todo su aspecto, cosa que afortunadamente nunca ocurrió.

Los castigos, como ya se ha comentado, eran frecuentes y solían consistir en la suspensión de los descansos o en el secuestro directo después de las horas lectivas. En aquella sala era la reina. Allí su voz autoritaria no admitía que nadie rechistase y el silencio tenía que ser monacal. En aquel ambiente, su proximidad resultada turbadora. Era deliciosamente solícita cuando pedías ayuda. Mientras explicaba por qué aquello era un atributo y no un complemente era fácil que su mano te rodease los hombros y su pecho descansara plácidamente a ninguna distancia de tu cara. Y la explicación solía alargarse. ¿Te das cuenta?, decía y cuando afirmabas reaccionaba como si hubiera entendido justamente lo contrario. Y aquello se demoraba de una manera sencillamente deliciosa, licuante. Creo que para ella también.

Aquel día sigue prendido en mi memoria y ahí quedará siempre. Me acompañaban un par de chavales novatos y el tal César, todos acomodados en el banco del fondo de la clase cumpliendo un castigo por cualquier motivo. Imposible recordar de qué hablaba. Mucho más fácil evocar sus redondas posaderas dibujadas con esmero por la falda de tweed, plantadas a un palmo de mis narices. Al tal César se le habían hinchado las nascarillas como a un caballo desbocado y no apartaba la mano de la bragueta. Aquellas dos lunas llenas bailaban ante nuestras asombradas bocas cuando ella cambiaba el peso del cuerpo de una pierna a la otra mientras continuaba con una declaración que no recordaré jamás. El estupor se me acentuó cuando miró hacia atrás y mostró una sonrisa que entonces no pude comprender.

Unos segundos después, aquel culo hermoso y codiciado se apoyaba directamente sobre el pupitre obligándonos a retirarnos hacia atrás. El peso del cuerpo comprimió las carnes duras y rotundas. Jamás he visto un imán tan potente. Cada vez que acomodaba las nalgas sobre el barniz gastado de la madera me imaginaba la falda explotando y liberando el precioso botín. Recuerdo el sonido detestable del timbre cuando la mano de aquel César se desplazó en el aire siguiendo el contorno de sus nalgas hermosas. Nos invadió el pánico al ver la expresión del tipo. El contacto parecía inevitable y aquello iba a suponer un escándalo de proporciones gigantescas. En el último instante los glúteos de ella decidieron que la sesión había terminado. Los dos novatillos tenían la cara entre las manos y César miraba con un aquel de furia contenida. Aún seguía congestionado cuando se incorporó mostrando sin ningún pudor el madero que se le había atravesado en la pretina. Mi corazón reanudó su paso poco a poco y ella me regaló otra sonrisa cuando salía por la puerta.


(Imagen de: http://elperro1970.files.wordpress.com/2007/09/culo.jpg)

5 comentarios:

xenevra dijo...

Como para estar no estar en contra dos colexios que separan por sexos. Menuda panda!! Menos mal que agora xa non se levan as faldas "tubo" ;)
Un bico con pantalóns, hehehe

Anónimo dijo...

jeje estuvo interesante :) jamás había leído un post tan largo, generalmente me aburren.

Paz Zeltia dijo...

mira o que pasaba por non deixaren estudar xuntos os rapaces e as rapazas!
toda esa calentura orientábase cara onde se podía! non vos parecerían tan atractivas as corentonas se tiverades na clase -e no recreo- adolescentes xeitosas de hormonas revolucionadas!

ben, nós tiñamos profesores, pero ningún nos gustaba, somente algunha das que se cría moi atractiva (e que era bastante descarada) xogar a poñelos nerviosos.
ó que traiamos pola calle da amargura era ó cura que nos daba relixión. pobre home. moito suaba.

Anónimo dijo...

jeje muchas gracias por pasar por mi blog, gracias por el consejo jeje trataré de no dejar nada inconcluso :D, ah y me gustó la canción de link, suena muy mmm profunda, eso sentí :P... bueeeno me retiro, suerte :)

bambu222 dijo...

Muy bien contada la tensión sexual presente en las aulas aunque creo que sigue existiendo aunque quizá ahora se exprese con más libertad.Abrazo.