25 de diciembre de 2006

La Radio


La radio está tan alta que consigue apagar las ideas. Puede que sea esa su función primordial porque lo que comunica nunca es agradable. La vieja se mueve de un lado a otro en un espacio exiguo procurándose tal o cual condimento. Abre las puertas de la alacena con urgencia y deja que se cierren con tanto estrépito como deseen. El viejo tuerce el gesto con fastidio y mira hacia la calle para apagar lo que iba a decir.


El ligero brote de violencia verbal flota en el ambiente unos segundos. Hermana baja la mirada hacia los pies como buscando una suciedad que nunca desaparece y yo espero a que nazca el comentario que dará comienzo a la angustia. Siempre se trata de unas pocas palabras que en realidad indican que no se aceptan más esperas. La vida es la comida.


La cocina dispone de una puerta acristalada que deja ver el ir y venir de las gentes en la calle. Algún insignificante acontecimiento atrae la atención de todos por un instante. Esta vez no ocurrirá. Un recipiente de color desagradable aterriza en el centro de la mesa y la perspectiva de calmar el hambre desplaza la amenaza. Una mano adulta aferra el cucharón apenas ha tenido tiempo de llegar y lo desplaza con urgencia hasta el plato en dos o tres viajes perentorios.


Ha pasado el peligro. Hermana tampoco gusta de esperar y se sirve con urgencia. No sé muy bien por qué permanezco inmóvil. Quizás confío en que la señal se interprete como un signo de apoyo, por más que he aprendido que pocas cosas de las que hago merecen la atención de nadie.


El resto de la comida llega a la mesa y la cocinera ocupa su lugar, siempre enfrente de él. Otra mano adulta, ahora femenina, llena mi plato con algo que no disfrutaré jamás y repite luego la operación con el propio. Todo parece reducirse ahora a movimientos mecánicos y ruidos desacompasados. Unos minutos en los que nunca ocurre nada más allá de algún comentario por algo que ha quedado por hacer y conviene no aplazar más.


La radio se encarga de sofocar un silencio que diría mucho más de lo que a nadie aquí le gustaría escuchar. Un tipo de voz oficial y tono metálico anuncia que alguien ha sido justamente castigado por no querer lo suficiente a la patria o a la madre de la patria. No distinguía yo muy bien esos conceptos entonces. Terminada la comida, el viejo se levanta, emite un sumario "marcho", recoge la chaqueta de la percha y a poco escuchamos la puerta que se cierra con el tono cansino habitual. Enseguida le vemos cruzar la calle y entrar en el café donde recobrará esa agradable personalidad que todo el mundo reconoce.


Hermana se levanta y va recogiendo los platos vacíos mientras disfruto del privilegio de no hacer nada sin preguntarme siquiera quién me lo habrá concedido. Un par de idas y vueltas y en la cocina quedamos solos la vieja y yo. Los dos miramos hacia fuera como si en la casa no hubiera nadie. Ella suele servirse un par de vasos de vino que consume con calma mientras decide ponerse de nuevo en acción.


Suele apoyar la cara en la mano abierta dejando el codo descansar en la esquina de la mesa mientras mira hacia afuera, tan lejos como puede. Alguna vez la he oído comentar a las pocas conocidas con las que se para que ese es un momento del que no podría prescindir. Todo lo que le preocupa es que no pase nada. Que los días transcurran sin sobresaltos. Y nunca se parará a pensar si la tarea que ha "aceptado" es mucha o poca.


Han pasado los años y ahora creo que esa mujer no quería pensar en lo que sentía. No quería saberse. Y al final hemos pagado por ese autodesprecio mucho más de lo que teníamos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

quizais a cociñeira tamén cale máis do que di. quizais ela tamén necesite do cariño e da mirada. quizais ela tamén estea farta de buscar condimentos e non ter logo un café onde refuxiarse e ser e recobrar "esa agradabel personalidade". quizais a vida roube as empatías que necesitabamos.
Non é fácil ser muller contra o tempo.
(non ía engadir comentarios para non bloquear o blogue, pero... non o puiden evitar. tes a palabra precisa e fermosa, malia contar durezas)